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T U L I P : Doctrinas de la Gracia – Expiación Limitada (3)
Como antes hemos dicho, la doctrina de la Expiación Limitada no hace referencia a la calidad y potencialidad del sacrificio de nuestro Señor Jesucristo en la cruz, pues no hay dudas de que tal sacrificio es potencialmente capaz de satisfacer por completo los requisitos del Padre. Una excelente explicación de lo que sí afirma y enseña esta doctrina la comparte J. I. Packer en su Teología Concisa:

“Esta doctrina afirma que la muerte de Cristo en realidad les quitó los pecados a todos los elegidos de Dios y aseguró que ellos fueran llevados a la fe por medio de la regeneración, y mantenidos en la fe para la gloria, y que esto es lo que había la intención de que lograra. De este hecho de que sea definida y eficaz se sigue su limitación: Cristo no murió en este sentido eficaz por todos”.
O como afirmara Paul Helm en Calvin and the Calvinists: “el efecto de la muerte de Cristo es hacer expiación por los pecados de un número definido de personas (y en este sentido es apropiado hablar de una expiación limitada)”.
El Universalismo, como hemos dicho, afirma que todos los seres humanos al final habrán de ser salvos, por lo que atribuye al sacrificio de Cristo el haber efectuado eterna expiación por los pecados de toda la humanidad. Esta afirmación es contraria a las Sagradas Escrituras; primero que nada, la lógica del argumento es circular y contradictoria: si el sacrificio de Cristo tiene el poder de salvar a todos y también tiene ese propósito, entonces todos deberían salvarse, ninguno sería “hijo de perdición”; pero como bien sabemos, no todos son salvos, lo que hace o que el sacrificio de Cristo sea incapaz e insuficiente, o que de hecho la expiación de Cristo no sea universal; nosotros creemos que es esto último. En segundo lugar, el Universalismo muere al ser contrastado con las inspiradas palabras de los escritores bíblicos, muy particularmente de Juan en el Apocalipsis, cuando se reúnen a todos los que rechazaron la gracia, ante el Trono de Dios en el Día del Juicio, pues no reciben perdón universal:
“Y el que no se encontraba inscrito en el libro de la vida fue arrojado al lago de fuego.” (Apocalipsis 20.15 LBLA)
En la Doctrina de la Expiación convergen las enseñanzas de Calvino y de Arminio, esto en el sentido de afirmar que la expiación no es universal pero más bien limitada a los que creen. La diferencia entre ambos sistemas es que, de nuevo, los arminianos afirman que la muerte de Cristo brinda a todos la oportunidad de ser salvos y que si no todos lo son es debido a que no todos desarrollan la fe necesaria para ello, o sea que la diferencia en este punto se encuentra en la concepción que se adopta sobre el origen de la fe en los que son salvos; nosotros hemos visto ya que la fe es un don de Dios (Efesios 2.8), y que la fe no es una obra humana, es la obra de Cristo, a la que no le falta ya nada pues Jesús es “el autor y consumador de la fe” (Hebreos 12.2), por lo que los elegidos por el Padre son los que reciben el regalo de la fe consumada por Cristo. Afirmamos con la Escritura que es por estos por quienes Cristo murió. Jesús dice:
“Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que sea levantado el Hijo del Hombre, para que todo aquel que cree, tenga en Él vida eterna. Porque de tal manera amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito, para que todo aquel que cree en Él, no se pierda, mas tenga vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por Él. El que cree en Él no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios.” (Juan 3.14-18 LBLA)
Este texto despeja cualquier duda sobre quienes se benefician del sacrificio de Cristo, de su obra de expiación en la cruz: los que creen. Sólo los que creen reciben el beneficio de la vida eterna. El texto es capaz de afirmar que el Padre envió al Hijo para que “el mundo sea salvo por Él” y a la vez limita la efectividad de esta salvación a los que creen. Es el gran beneficio de la obra de redención de Cristo en la cruz: evitar que los que creen se pierdan y a la vez asegurar que alcancen la vida eterna. Pero este no es el único beneficio:
“Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia y se dio a sí mismo por ella, para santificarla, habiéndola purificado por el lavamiento del agua con la palabra, a fin de presentársela a sí mismo, una iglesia en toda su gloria, sin que tenga mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuera santa e inmaculada.” (Efesios 5:25–27, LBLA)
Al escribir sobre la relación y responsabilidad del esposo con la esposa, el apóstol Pablo es inspirado a compararla con la relación de Cristo y la iglesia. Cristo “se dio a sí mismo por ella”, no por el resto del mundo, y al hacerlo obtuvo para su iglesia la pureza y santidad necesaria para que esta disfrutara de comunión con Dios ahora y en la eternidad.
Cristo murió por ti y por mi, pues fuimos amados por el Padre desde antes que el mundo fuera; nos eligió para disfrutar de los beneficios que su sacrificio obtuvo para nosotros, la vida eterna y la santidad. ¡Seamos entonces santos y agradecidos!
Dios les bendice.