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T U L I P : Doctrinas de la Gracia – Gracia Irresistible
Para entender el concepto de Gracia Irresistible (“I” de “TULIP”) es necesario primero aceptar como válidos los de Depravación Total y Elección Incondicional (la “T” y la “U” de “TULIP”), por lo que partiré del supuesto que ambos conceptos de esta maravillosa Doctrina de la Gracia son aceptados como bíblicos y correctos.
Una muy buena definición de Gracia Irresistible la comparte John Piper en su libro “Five Points: Towards a Deeper Experience of God’s Grace”:
“La doctrina de la gracia irresistible significa que Dios es soberano y puede vencer todas las resistencias cuando quiere.”
La Escritura nos afirma como una vedad que no necesita ser demostrada (axiomática) que Dios es soberano y que su voluntad no puede ser resistida:
“Y todos los habitantes de la tierra son considerados como nada, mas Él actúa conforme a su voluntad en el ejército del cielo y entre los habitantes de la tierra; nadie puede detener su mano, ni decirle: “¿Qué has hecho?” (Daniel 4.35, LBLA; vs. Salmo 115.3, Job 42.2)
Pero resulta que nuestra condición de pecado es un estorbo definitivo para poder acercarnos o decidir de manera libre y soberana el aceptar el regalo de salvación eterna (o lo que es lo mismo, somos Totalmente Depravados):
“Y Él os dio vida a vosotros, que estabais muertos en vuestros delitos y pecados, en los cuales anduvisteis en otro tiempo según la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia, entre los cuales también todos nosotros en otro tiempo vivíamos en las pasiones de nuestra carne, satisfaciendo los deseos de la carne y de la mente, y éramos por naturaleza hijos de ira, lo mismo que los demás.” (Efesios 2.1-3 LBLA)
De acuerdo con el texto anterior, estamos muertos espiritualmente (v. 1), incapaces de reaccionar a las ofertas de Dios tanto como un muerto en el cementerio es incapaz de reaccionar al intenso calor del medio día o al duro frío de un invierno antártico. Igualmente, el texto plantea una realidad sobre nuestra naturaleza: tiene coincidencia únicamente con Satanás, padre de todo pecado (Juan 8.44). Finalmente, resalta que “por naturaleza” el ser humano sin Cristo vive en y bajo la ira de Dios. Ahora, ¿cómo es vencida esta catastrófica condición en el ser humano?
El Evangelio según Juan es probablemente el más reiterativo al exponer este asunto, aún si lo hace sin pretender ser espectacular (como Pablo en sus cartas, por ejemplo). En una cita en particular se puede resumir lo que el inspirado Apóstol Juan plantea:
“Pero hay algunos de vosotros que no creéis. Porque Jesús sabía desde el principio quiénes eran los que no creían, y quién era el que le iba a traicionar. Y decía: Por eso os he dicho que nadie puede venir a mí si no se lo ha concedido el Padre.” (Juan 6.64-65, LBLA)
En esta cita, el Señor muestra su omnisciencia al reconocer que entre sus seguidores algunos no tenían fe, al punto de que uno de ellos, Judas, habría de traicionarle. Juan explica que aquí Jesús está refiriéndose a algo que ha dicho antes ya: “Nadie puede venir a mí si no lo trae el Padre que me envió, y yo lo resucitaré en el día final” (Juan 6.44, LBLA). Como se ve, incluso si de forma “natural” algunos siguen a Cristo por sí mismos, “soberanamente”, tal “acercamiento” no resulta en beneficio eterno para ellos a menos que el Padre decidiera hacerlos cercanos. La soberanía del Señor es tal que usa los labios de Caifás para enseñar esta verdad:
“Pero uno de ellos, Caifás, que era sumo sacerdote ese año, les dijo: Vosotros no sabéis nada, ni tenéis en cuenta que os es más conveniente que un hombre muera por el pueblo, y no que toda la nación perezca. Ahora bien, no dijo esto de su propia iniciativa, sino que siendo el sumo sacerdote ese año, profetizó que Jesús iba a morir por la nación; y no sólo por la nación, sino también para reunir en uno a los hijos de Dios que están esparcidos.” (Juan 11.49-52, LBLA)
Estos “hijos de Dios” que Jesús habría de reunir son los mismos que Jesús habría de atraer consigo al levantarse de los muertos (Juan 12.32), pero también las ovejas que oyen su voz y le siguen (Juan 10.16, 27), siendo la razón por la que pueden oír la voz de Dios (Juan 8.47) y ser llevados a Cristo (Juan 10.25-30).
Ahora bien, ¿qué quiere decir “ser llevados a Cristo”? De acuerdo con el Apóstol Pablo esto es sinónimo de la gracia que conduce al arrepentimiento, lo que los Arminianos al resumir para refutar las Doctrinas de la Gracia según fueron expuestas por Juan Calvino decidieron llamar “Gracia Irresistible”:
“Y el siervo del Señor no debe ser rencilloso, sino amable para con todos, apto para enseñar, sufrido, corrigiendo tiernamente a los que se oponen, por si acaso Dios les da el arrepentimiento que conduce al pleno conocimiento de la verdad, y volviendo en sí, escapen del lazo del diablo, habiendo estado cautivos de él para hacer su voluntad.” (2 Timoteo 2.24-26, LBLA)
Nótese que no es la actitud o capacidad del siervo del Señor lo que logra destruir las barreras de la muerte espiritual para traer al arrepentimiento a los hombres, y tampoco es la “soberana” voluntad de estos lo que les hace arrepentirse y motiva a escapar del “lazo del diablo”, bajo el cual viven cautivos. Nótese igualmente que el inspirado Pablo no se refiere a la salvación como un regalo (aunque lo es), más bien se refiere al arrepentimiento mismo como un regalo que les lleva a la conversión (“volver en sí”) y que les “conduce al pleno conocimiento de la verdad”. Me permito citar nuevamente a John Piper en el referido libro:
Cuando una persona escucha a un predicador decir: «Arrepiéntanse y vengan a Cristo», puede optar por resistir ese llamado. Puede desobedecer. Él puede decir: «No, no me arrepentiré».
Pero si Dios le da arrepentimiento, no puede resistir porque el significado mismo del don del arrepentimiento es que Dios ha cambiado nuestro corazón y ha hecho que esté dispuesto a arrepentirse. En otras palabras, el don del arrepentimiento es la superación de la resistencia al arrepentimiento. Por eso llamamos a esta obra de Dios «gracia irresistible». La resistencia al arrepentimiento es reemplazada por el don del arrepentimiento. Así es como todos llegamos a arrepentirnos.
Dios, pues, de su gracia decide conceder a algunos el arrepentimiento. Esto no es un proceso en el que Dios obliga que crean pero más bien un proceso mediante el cual Dios decide para aquellos a quienes escogiera desde antes de la fundación del mundo la asistencia del Espíritu Santo para hacerles convictos de pecado, y convencerles de la única solución que el Buen Señor ha provisto para la humanidad, Cristo Jesús, siendo esto un conocimiento y convicción mayor que la información y que la historia de los otros que, escuchando el mensaje del evangelio, pudieran escuchar que son pecadores, o que Cristo es el regalo de salvación, y aún así rechazarlo. Sin la Gracia Irresistible, todos diríamos que no, pero por esa misma gracia algunos somos convencidos por el Espíritu Santo.
Algunos pudieran argumentar que entonces Dios es injusto, pues nadie puede resistir su voluntad y Él ha decidido salvar a algunos y a otros no, y este es justamente el argumento del apóstol Pablo en Romanos 9:
“Me dirás entonces: ¿Por qué, pues, todavía reprocha Dios? Porque ¿quién resiste a su voluntad? Al contrario, ¿quién eres tú, oh hombre, que le contestas a Dios? ¿Dirá acaso el objeto modelado al que lo modela: Por qué me hiciste así? ¿O no tiene el alfarero derecho sobre el barro de hacer de la misma masa un vaso para uso honroso y otro para uso deshonroso? ¿Y qué, si Dios, aunque dispuesto a demostrar su ira y hacer notorio su poder, soportó con mucha paciencia a los vasos de ira preparados para destrucción? Lo hizo para dar a conocer las riquezas de su gloria sobre los vasos de misericordia, que de antemano El preparó para gloria, es decir, nosotros, a quienes también llamó, no sólo de entre los judíos, sino también de entre los gentiles.” (Romanos 9.19-25)
Finalmente, pues aunque no quise me he extendido demasiado en el asunto, el mejor ejemplo de lo irresistible de la gracia es el mismo Apóstol que luego la enseña, Pablo. Hechos capítulo 7 narra la defensa de Estaban ante el Sanedrín, y como sin razón y por rabia es apedreado hasta la muerte, y entre los que se encontraban allí estaba el joven Saulo, consintiendo lo que se hacía (Hechos 7.58-8.1). Este mismo Saulo (que como sabemos luego de la conversión cambia al nombre latino “Pablo”) se encomendó a sí mismo para perseguir a la iglesia y a los que tenían la misma fe de Esteban:
“Pero Saulo hacía estragos en la iglesia entrando de casa en casa, y arrastrando a hombres y mujeres, los echaba en la cárcel” (Hechos 8.3, LBLA)
En tal actitud se encontraba el mismo día de su conversión:
“Saulo, respirando todavía amenazas y muerte contra los discípulos del Señor, fue al sumo sacerdote, y le pidió cartas para las sinagogas de Damasco, para que si encontraba algunos que pertenecieran al Camino, tanto hombres como mujeres, los pudiera llevar atados a Jerusalén. Y sucedió que mientras viajaba, al acercarse a Damasco, de repente resplandeció en su derredor una luz del cielo; y al caer a tierra, oyó una voz que le decía: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Y él dijo: ¿Quién eres, Señor? Y El respondió: Yo soy Jesús a quien tú persigues; levántate, entra en la ciudad, y se te dirá lo que debes hacer” (Hechos 9.1-6, LBLA)
En su testimonio ante Agripa, Pablo dice sobre su actitud contra Cristo lo siguiente:
“Yo ciertamente había creído que debía hacer muchos males en contra del nombre de Jesús de Nazaret. Y esto es precisamente lo que hice en Jerusalén; no sólo encerré en cárceles a muchos de los santos con la autoridad recibida de los principales sacerdotes, sino que también, cuando eran condenados a muerte, yo daba mi voto contra ellos. Y castigándolos con frecuencia en todas las sinagogas, procuraba obligarlos a blasfemar; y locamente enfurecido contra ellos, seguía persiguiéndolos aun hasta en las ciudades extranjeras.” (Hechos 26.9-11, LBLA).
Y luego de narrarle el encuentro con Cristo y las instrucciones que del Señor recibiera dice:
“Por consiguiente, oh rey Agripa, no fui desobediente a la visión celestial, sino que anunciaba, primeramente a los que estaban en Damasco y también en Jerusalén, y después por toda la región de Judea, y aun a los gentiles, que debían arrepentirse y volverse a Dios, haciendo obras dignas de arrepentimiento.” (Hechos 26.19-20, LBLA)
Sólo la Gracia Irresistible pudo convencer a tan gran y acérrimo enemigo de la fe de la necesidad de arrepentirse y seguir a Cristo como Señor y Salvador.
Gracias por la oportunidad de compartir este tema con ustedes.
Dios les bendice.