La Perseverancia de los Santos no se refiere únicamente a la consecución de una salvación futura pero indiferente a la vida presente. Aunque la salvación es por pura gracia y esta depende por completo de la voluntad de nuestro Dios y Padre, no hemos sido rescatados de nuestra vana manera de vivir a un precio tan precioso y alto para que continuemos separados de Dios, sin comunión íntima con nuestro Padre, viviendo todavía en nuestros pecados.
“¿Qué diremos, entonces? ¿Continuaremos en pecado para que la gracia abunde? ¡De ningún modo! Nosotros, que hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos aún en él?” (Romanos 6.1-2 NBLA)
Aunque somos libres de las consecuencias del pecado en la eternidad, igualmente somos libres de la influencia y autoridad del pecado en nuestras vidas, de manera que ahora podemos vivir conforme al deseo de Dios, dispuestos a llevar nuestra cruz y seguir a nuestro Señor Jesucristo. El apóstol Pablo nos explica que la nueva vida en Cristo trae consigo libertad sobre la esclavitud del pecado, y por lo mismo debemos esforzarnos permanentemente en presentar nuestros “miembros” (como los ojos o las manos en Mateo 5.29-30), que es lo mismo que decir someter nuestro cuerpo, a la esclavitud de la justicia que nos fue imputada por vía de Cristo para que ENTONCES podamos ver en nuestras vidas los frutos de la santificación:
“Hablo en términos humanos, por causa de la debilidad de vuestra carne. Porque de la manera que presentasteis vuestros miembros como esclavos a la impureza y a la iniquidad, para iniquidad, así ahora presentad vuestros miembros como esclavos a la justicia, para santificación.” (Romanos 6.19 NBLA)
Como vemos, la salvación no es contingente a la santificación, es más bien fruto de la misma. Es todavía más claro más adelante en el texto citado:
“Pero ahora, habiendo sido libertados del pecado y hechos siervos de Dios, tenéis por vuestro fruto la santificación, y como resultado la vida eterna” (Romanos 6.22 NBLA)
El escritor inspirado afirma que el Señor ha hecho dos cosas con nosotros: nos ha hecho libres del pecado y nos ha hecho sus siervos, y como resultado de esto (no al revés) tenemos ahora la capacidad de ofrecer a nuestro Padre el fruto de la santidad, todo esto resultando en la vida eterna.
No podemos, pues, confundir la cierta y segura salvación que tenemos como una muestra de desinterés del Padre por nuestros pecados presentes (como vimos en la entrega anterior, el pecado de los hijos es disciplinado por el Padre), como si la sangre de Cristo lograra que al Padre ya no le importe más nuestra santidad. La realidad actual es que cuando el Padre nos ve pecar, la justicia de Cristo imputada a nosotros declara la suficiencia del Santo que fue crucificado por esos pecados y que al resucitar al tercer día obtuvo la libertad y victoria eterna para nosotros. Por esto mismo entonces nos corresponde ahora vivir como libres del pecado, libres de la autoridad del pecado, e igualmente sometidos a la voluntad del Padre. En el capítulo 8 de Romanos se nos añaden detalles importantes:
- Todos los que tenemos el Espíritu de Dios (de Cristo) no estamos bajo la carne (vv. 9-11), esto quiere decir que no estamos sujetos a la voluntad de nuestro cuerpo pecaminoso, pues el Espíritu de Cristo en nosotros hace vivir a nuestro espíritu a causa de la justicia, capacitando entonces a nuestro cuerpo a vivir también en la santidad que esta justicia trae consigo.
- Todos los que tenemos el Espíritu de Dios (de Cristo) podemos hacer morir las obras de nuestra carne y vivir (vv. 12-14); de no someter nuestros cuerpos a la esclavitud de la justicia, pereceremos (como el joven aquel en Corinto que adulteraba con la mujer de su padre, que en cuerpo fue entregado a Satanás para destrucción del mismo, a fin de que “su espíritu sea salvo en el día del Señor Jesús”). La evidencia, pues, de nuestra filiación con Dios por medio de Cristo no es que hiciéramos una oración, que sintiéramos emociones tristes o remordimiento, es que seamos “guiados por el Espíritu de Dios” (v. 14)
- Todos los que tenemos el Espíritu de Dios (de Cristo) recibimos “espíritu de adopción como hijos” (vv. 15-17); el temor al pecado y sus consecuencias ya no es el factor determinante en nuestra existencia, pero más bien el deseo de disfrutar de la adoración que como hijos podemos ahora tributar a nuestro Padre, con toda confianza e intimidad, y la herencia que ahora tenemos en Cristo al padecer por Él.
La gloria en nuestro perseverar como creyentes no se encuentra en nosotros, pues la capacidad de vivir para Dios y su justicia que ahora disfrutamos no es resultado de nuestro esfuerzo, pero más bien de la ministración del Espíritu Santo en nosotros. Nuestro Dios ha hecho la obra completa, de principio a fin la perfecciona, la gloria es toda suya:
“Mas por obra suya estáis vosotros en Cristo Jesús, el cual se hizo para nosotros sabiduría de Dios, y justificación, y santificación, y redención, para que, tal como está escrito: El que se gloría, que se gloríe en el Señor.” (1 Corintios 1.30-31 NBLA)
¡Amén!
Vladimir.
Ver artículos anteriores: «Tulip: Doctrinas de la Gracia (Introducción)» – «Depravación Total (1)» – «Depravación Total (2)» – «Elección Incondicional (1)» «Elección Incondicional (2)» – «Elección Incondicional (3)» – «Elección Incondicional (4)» – «Expiación Limitada (1)» – «Expiación Limitada (2)»– «Expiación Limitada (3)» – «Gracia Irresistible» – «Perseverancia de los Santos (1)«