El viaje ha sido largo pero marvilloso. Hemos atrevesado cada una de las Doctrinas de la Gracia, y al concluir aquella que se ocupa de la Perseverancia de los Santos en esta entrega, pretendemos igualmente concluir la serie en general.
Aunque el Perfecto, Completo y Trino Ser de Dios se encuentra involucrado en cada una de las diferentes expresiones de las Doctrinas de la Gracia que reconocemos por el acróstico TULIP, un enfoque individual (en el que aún el ser humano tiene una participación) puede considerarse, y a continuación explico:
- T (“Total Depravity”, o “Depravación Total”) manifiesta la participación del ser humano en el proceso de salvación: el pecado, y la muerte que este trae consigo.
- U (“Unconditional Election”, o “Elección Incondicional) enfoca la obra del Padre Eterno al decretar los medios, las formas y los beneficiados de la Salvación del pecado y de la muerte que este produce, por la incapacidad del ser humano “muerto en delitos y pecados” para escoger al Padre.
- L (“Limited Atonement”, o “Expiación Limitada”) enfoca la obra del Hijo al poner a un lado su Majestad para hacerse hombre, vivir la perfecta y justa vida que los hombres deben vivir, y experimentar la muerte para que los méritos de su justicia sirvan de justificación para los que fueron incondicionalmente electos.
- I (“Irresistible Grace”, o “Gracia Irresistible”) enfoca la labor del Espíritu Santo en convencer “de pecado, justicia y juicio” a todos aquellos que el Padre incondicionalmente eligió, y por los que el Hijo sufrió la muerte, de manera que reciban el regalo de la fe para creer en el Hijo para salvación.
P (“Perseverance of the Saints”, o “Perseverancia de los Santos”) es a la que nos hemos referido en las últimas dos entregas. En ellas hemos procurado prestar atención a la importancia de la santidad de los elegidos para con el Padre que les eligió; hemos estudiado la disciplina como una manera de restaurar la vida de quienes se desvían del camino de la obediencia al Padre, pues el Padre es Santo y procura de sus hijos una vida santa. Pero ¿qué ocurre si pecamos? ¿existen períodos en nuestra vida cristiana en las que caemos por completo de la gracia, perdemos la salvación? Este es el gran clamor de los adversarios de esta doctrina contra nosotros, a saber: que la idea de que seamos “salvos siempre salvos” puede promover en nosotros una conducta licenciosa, contraria a la santidad y a la obediencia que le debemos al Padre. Nada más lejos de la verdad.
Quienes creemos en la doctrina de la Perseverancia de los Santos creemos que, justamente, la Palabra enseña que los que perseveran han sido santificados y entonces son santos. Pero esta no es una santidad superpuesta, adjudicada a la manera de la justificación. Nos toca vivir de manera santa, cotidianamente, no para alcanzar la salvación, pero porque nuestro Padre quiere que seamos santos y nos dio junto a su Hijo Jesucristo la capacidad de ahora vivir como santos. Pablo utiliza el término “santos” como un apelativo para describir a los creyentes, pero igualmente nos muestra que la santidad no es un título, es una forma de vivir para gloria del Padre:
“Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo, según nos escogió en Él antes de la fundación del mundo, para que fuéramos santos y sin mancha delante de Él.” (Efesios 1.3-4, LBLA)
El apóstol Pedro dice:
“Como hijos obedientes, no os conforméis a los deseos que antes teníais en vuestra ignorancia, sino que así como aquel que os llamó es santo, así también sed vosotros santos en toda vuestra manera de vivir; porque escrito está: Sed santos, porque Yo soy santo.” (1 Pedro 1.14-16, LBLA)
Entonces la santidad no es una opción para el creyente, es su manera de vivir. Sin embargo, esto no quiere decir que el creyente no peque, que incluso en algún momento se aleje, pierda al rumbo y se separe del Señor. Lo que nos enseña la Escritura es que un creyente verdadero reconoce que es pecador, pero igualmente reconoce los méritos de Cristo para perdonar pecados; dicho de otra manera:
“Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonarnos los pecados y para limpiarnos de toda maldad. Si decimos que no hemos pecado, le hacemos a Él mentiroso y su palabra no está en nosotros. Hijitos míos, os escribo estas cosas para que no pequéis. Y si alguno peca, Abogado tenemos para con el Padre.” (1 Juan 1.8 – 2.1, LBLA)
En este texto el apóstol Juan afirma que ahora, en el presente (véanse los verbos) los creyentes:
- Tenemos pecado (1.8, 10); negarlo promueve una santidad por méritos propios, por la que absolutamente ninguna persona podrá impresionar al Padre más que su Hijo Jesucristo; esto es un engaño y una mentira. Martín Lutero dijo con acierto “¿Qué hay en tus propias obras y hechos miserables que crees que podrían agradar a Dios más que el sacrificio de su propio Hijo?”. Por esta razón,
- Confesamos nuestros pecados (1.9); la palabra griega empelada para “confesión” aquí es “ὁμολογέω” (homologeo), que literalmente significa “hablar lo mismo”, por lo que “confesar” no es enlistar los pecados, es hablar de ellos de la misma manera que habla de ellos el Padre. Al hacerlo experimentamos y mostramos dolor, arrepentimiento, voluntad de evitar vivirlos nuevamente. Es por lo que al confesar nuestros pecados obtenemos del Padre perdón de pecados, pero además obtenemos “limpieza de toda maldad”, la sangre de Cristo nos limpia de todo pecado (1.7), una santidad renovada. Ahora,
- Procuramos una vida santa (2.1a); Juan dice que el objetivo de lo anterior es que no pequemos. Enseñarnos que Dios es “luz y no hay ningunas tinieblas en Él” (1.5) no es proveernos de información, pero más bien es darnos perspectiva de qué hacer con nuestra salvación, cómo y cuán necesario es ocuparnos de ella “con temor y temblor” (Filipenses 2.12), pues si decimos que tenemos comunión con el Padre debemos andar como Él anda (1.7). Pero si de nuevo pecamos, paseamos en tinieblas, entonces volver a confesar es lo mandatorio, porque
- “Abogado tenemos para con el Padre” (2.1b); no debemos pensar que si pecamos nuevamente todo acabó. No, pues el Hijo pagó el precio por todos nuestros pecados (2.2). Como abogado presenta defensa por nosotros ante el Padre, mostrando las evidencias de su obra propiciatoria como suficiente para pagar el precio de la salvación de los que el Padre eligió incondicionalmente, aquellos por quienes el Hijo murió y a quienes el Espíritu Santo dio fe para ser convencidos. Tal como ha dicho Paul Tripp:
“El perdón que Jesús compró no es por partes, que dependa de la gravedad del pecado o del estado de ánimo de Dios. El perdón cubre todo: pasado, presente y futuro”
Finalmente, los santos perseveramos no por nuestra nueva capacidad de no pecar pero por la gracia y voluntad del Padre. Cuando el Seños nos rescata y transforma por fe y para Su gloria no lo hace para que ahora sí podamos por nuestros medios alcanzar la salvación, como si al final fuera nuestra gloria y no la suya. Sin los medios de gracia (la Palabra, el Espíritu Santo, la comunión con los hermanos) no podríamos sostenernos en pie y regresaríamos sobre nuestros pasos para nuevamente revolcarnos en el lodo. Los santos perseveramos porque el Padre ha decidido que así sea, y nadie pueda superar su voluntad, ni aún nosotros mismos:
“Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco y me siguen; y yo les doy vida eterna y jamás perecerán, y nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre que me las dio es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano del Padre. Yo y el Padre somos uno.” (Juan 10.27-30, LBLA)
R. C. Sproul lo resume magistralmente: “La razón por la que los verdaderos cristianos no caen de la gracia es que Dios misericordiosamente evita que caigan. La perseverancia es lo que hacemos. La preservación es lo que hace Dios. Perseveramos porque Dios preserva”. No hay instancia en que la gloria de Dios en la salvación nos sea dada a nosotros, Él es el protagonista en esta hermosa historia, en Sus manos radica todo el poder y nadie puede contender contra la voluntad del Padre y el Hijo.
Concluyo, pues, compartiendo este texto del apóstol Pablo a los hermanos en Roma, que nos lleva a alabar la magnífica gloria de Aquel que nos ama sin merecerlo:
“Entonces, ¿qué diremos a esto? Si Dios está por nosotros, ¿quién estará contra nosotros?
El que no eximió ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos concederá también con Él todas las cosas?
¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica.
¿Quién es el que condena? Cristo Jesús es el que murió, sí, más aún, el que resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros.
¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada? Tal como está escrito:
Por causa tuya somos puestos a muerte todo el día;
somos considerados como ovejas para el matadero.
Pero en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó.
Porque estoy convencido de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni lo presente, ni lo por venir, ni los poderes, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios que es en Cristo Jesús Señor nuestro.”
(Romanos 8.31-39, LBLA)
¡Bendito sea nuestro Buen Dios!
Vladimir.
Ver artículos anteriores: «Tulip: Doctrinas de la Gracia (Introducción)» – «Depravación Total (1)» – «Depravación Total (2)» – «Elección Incondicional (1)» «Elección Incondicional (2)» – «Elección Incondicional (3)» – «Elección Incondicional (4)» – «Expiación Limitada (1)» – «Expiación Limitada (2)»– «Expiación Limitada (3)» – «Gracia Irresistible» – «Perseverancia de los Santos (1)» – «Perseverancia de los Santos (3)«