A finales del gobierno del Dr. Leonel Fernández e inicio del primer gobierno del Lic. Danilo Medina, la clase media de nuestro país hizo propio el reclamo de los gremios magisteriales: el color amarillo, los paraguas y las consignas («4% para la educación!!!») dieron inicio a una renovación social: por primera vez desde los años de anarquía conocidos como «Los Doce Años» un movimiento social, de iniciativa no partidista o sindicalista, procuraba denunciar las promesas y leyes incumplidas, y demandar las correcciones necesarias de parte de las autoridades. Pronto los reclamos derivaron a otros temas de interés; la persecución de la corrupción, la reducción de la violencia, entre otros, fueron banderas enarboladas por los mismos actores, aunque con símbolos y colores diferentes. El último de todos, el Movimiento Marcha Verde, se extiende por el país y aún fuera de sus fronteras, en procura de conseguir que la justicia dominicana conozca realmente los casos de corrupción que han sido denunciados constantemente por los medios de comunicación nacionales e internacionales, particularmente los relacionados al caso Odebrecht.
Muchos creyentes, necesitados de justicia como el resto de los dominicanos, hemos sido alentados a formar parte de estos grupos de protesta, a denunciar en este tipo de actividades los males de la nación, y muchos incluso han demandado de los líderes cristianos el tomar posiciones beligerantes y protagónicas dentro del Movimiento Marcha Verde, lo cual hace necesario el considerar esto desde las Sagradas Escrituras: ¿Deben los cristianos inscribirse, participar activamente, en estos movimientos sociales de protesta y demanda?
Para responder esto hay que entender la diferencia entre la iglesia y el estado. Las Sagradas Escrituras nos muestran que Dios como creador es Señor de toda la Tierra:
“Porque desde donde el sol nace hasta donde se pone, es grande mi nombre entre las naciones; y en todo lugar se ofrece a mi nombre incienso y ofrenda limpia, porque grande es mi nombre entre las naciones, dice Jehová de los ejércitos.” (Malaquías 1.11, RVR60)
“El Dios que hizo el mundo y todas las cosas que en él hay, siendo Señor del cielo y de la tierra, no habita en templos hechos por manos humanas, ni es honrado por manos de hombres, como si necesitase de algo; pues él es quien da a todos vida y aliento y todas las cosas.” (Hechos de los Apóstoles 17.24–25, RVR60)
En Israel, el mismo Dios establece leyes y autoridades, con la intención de promover un gobierno teocéntrico para el bienestar de los hombres y mujeres de aquella nación. Esta es la diferencia más importante al considerar el gobierno humano y su relación con el pueblo de Dios: Israel fue adoptado como nación, en la iglesia somos adoptados como individuos. Es imposible aplicar las leyes nacionales de Israel a la iglesia: la muerte y otras formas de castigo carecen de validez en la iglesia por su carácter y naturaleza, pues la iglesia local resulta ser una hermandad, un cuerpo, una familia, de hombres y mujeres redimidos y salvados por la sangre que Cristo derramó en la cruz. Los reyes y gobernadores en Israel tienen la obligación de cumplir y hacer cumplir la ley, algo que resulta imposible para los ministros en las iglesias locales, quienes son llamados por Dios al ministerio propio de servir a los miembros de su congregación local.

El Movimiento Marcha Verde se multiplica en todo el país (imagen de noticiassin.com)
Reclamar a los pastores y líderes cristianos el que por ostentar tales posiciones deben involucrarse en los reclamos populares hace cuestionar: ¿Son los pastores llamados a ser ministros de la nación, de la comunidad, y no sólo de sus iglesias locales? No, no es así. La iglesia es un organismo de índole netamente espiritual, donde precisamente por esto mismo rige la voluntad de Dios en todos los aspectos de la vida y las ejecutorias de la misma, algo que es imposible exigir o esperar de aquellos que no han nacido de nuevo, que no forman parte del cuerpo de Cristo. El llamado de Dios entonces para la iglesia no es el de alborotar y reclamar a las autoridades en marchas y protestas públicas; hay más bien en el Nuevo Testamento un consistente llamado a la iglesia a la sumisión a las autoridades. Es el inspirado apóstol Pablo que dice:
“Criados, estad sujetos con todo respeto a vuestros amos; no solamente a los buenos y afables, sino también a los difíciles de soportar. Porque esto merece aprobación, si alguno a causa de la conciencia delante de Dios, sufre molestias padeciendo injustamente. Pues ¿qué gloria es, si pecando sois abofeteados, y lo soportáis? Mas si haciendo lo bueno sufrís, y lo soportáis, esto ciertamente es aprobado delante de Dios. Pues para esto fuisteis llamados; porque también Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo, para que sigáis sus pisadas; el cual no hizo pecado, ni se halló engaño en su boca; quien cuando le maldecían, no respondía con maldición; cuando padecía, no amenazaba, sino encomendaba la causa al que juzga justamente; quien llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia; y por cuya herida fuisteis sanados. Porque vosotros erais como ovejas descarriadas, pero ahora habéis vuelto al Pastor y Obispo de vuestras almas.” (1 Pedro 2.18–25, RVR60)