Stephen Hawking ha muerto, pero su impacto en el agnosticismo que permea nuestra sociedad de hoy no.
Recuerdo la primera vez que leí “Breve Historia del Tiempo, del Big Bang a los Agujeros Negros” (gracias a nuestra decano la Ing. Olga Basora) quedé maravillado con lo simple de sus explicaciones de conceptos de física teórica, física cuántica y astronomía, y lo fácil que era seguir su patrón de pensamiento a lo largo de todo el libro. Igualmente comprobé como una mente tan brillante podía a la vez ser tan ignorante al poner a un lado lo obvio: la Teoría del Diseño Inteligente es difícil de ignorar al conocer tanto de las leyes y elementos que componen nuestros sistemas naturales, por lo que debe ser una decisión del alma el desconocer las claras evidencias de que debemos nuestra existencia a la voluntad de un Ser Superior, capaz de diseñar con tanto cuidado y detalle todo lo que hoy vemos y conocemos. Fue particularmente chocante el considerar cómo la física cuántica se sostiene sobre uno de los principios que mejor ilustran nuestras limitaciones humanas en el conocimiento, y este es el Principio de Incertidumbre, que establece la imposibilidad de saber en cualquier partícula subatómica a la misma vez su posición y la velocidad a la que desplaza.
Stephen Hawking hizo muy grandes aportes a nuestro conocimiento de las leyes físicas que rigen nuestro Universo, pero igualmente ayudó a construir una generación de hombres que consideran el conocimiento de Dios como una simple opción.