(resumen del mensaje predicado en la CBC Las Caobas el domingo 24-Junio-2018)
“Había ya reinado Saúl un año; y cuando hubo reinado dos años sobre Israel, escogió luego a tres mil hombres de Israel, de los cuales estaban con Saúl dos mil en Micmas y en el monte de Bet-el, y mil estaban con Jonatán en Gabaa de Benjamín; y envió al resto del pueblo cada uno a sus tiendas. Y Jonatán atacó a la guarnición de los filisteos que había en el collado, y lo oyeron los filisteos. E hizo Saúl tocar trompeta por todo el país, diciendo: Oigan los hebreos. Y todo Israel oyó que se decía: Saúl ha atacado a la guarnición de los filisteos; y también que Israel se había hecho abominable a los filisteos. Y se juntó el pueblo en pos de Saúl en Gilgal. Entonces los filisteos se juntaron para pelear contra Israel, treinta mil carros, seis mil hombres de a caballo, y pueblo numeroso como la arena que está a la orilla del mar; y subieron y acamparon en Micmas, al oriente de Bet-avén. Cuando los hombres de Israel vieron que estaban en estrecho (porque el pueblo estaba en aprieto), se escondieron en cuevas, en fosos, en peñascos, en rocas y en cisternas. Y algunos de los hebreos pasaron el Jordán a la tierra de Gad y de Galaad; pero Saúl permanecía aún en Gilgal, y todo el pueblo iba tras él temblando. Y él esperó siete días, conforme al plazo que Samuel había dicho; pero Samuel no venía a Gilgal, y el pueblo se le desertaba. Entonces dijo Saúl: Traedme holocausto y ofrendas de paz. Y ofreció el holocausto. Y cuando él acababa de ofrecer el holocausto, he aquí Samuel que venía; y Saúl salió a recibirle, para saludarle. Entonces Samuel dijo: ¿Qué has hecho? Y Saúl respondió: Porque vi que el pueblo se me desertaba, y que tú no venías dentro del plazo señalado, y que los filisteos estaban reunidos en Micmas, me dije: Ahora descenderán los filisteos contra mí a Gilgal, y yo no he implorado el favor de Jehová. Me esforcé, pues, y ofrecí holocausto. Entonces Samuel dijo a Saúl: Locamente has hecho; no guardaste el mandamiento de Jehová tu Dios que él te había ordenado; pues ahora Jehová hubiera confirmado tu reino sobre Israel para siempre. Mas ahora tu reino no será duradero. Jehová se ha buscado un varón conforme a su corazón, al cual Jehová ha designado para que sea príncipe sobre su pueblo, por cuanto tú no has guardado lo que Jehová te mandó. Y levantándose Samuel, subió de Gilgal a Gabaa de Benjamín. Y Saúl contó la gente que se hallaba con él, como seiscientos hombres.” (1º Samuel 13.1–15, RVR60)
Desarrollo
Contrastes son evidentes al considerar la vida de los primeros dos reyes del pueblo de Israel, y resumirlos resulta ser tarea no tan sencilla en un solo sermón… Los versos leídos en principio, sin embargo, pueden servir para comprender el origen de tales contrastes, y de lo que llegó a ser una gran rivalidad que por años mantuvo en vilo a todo el pueblo de Israel (e incluso a las naciones vecinas).
Saúl había sido ungido como rey de Israel como repuesta al clamor pecaminoso del pueblo (a su vez una repuesta al pecado de los hijos de Samuel; vs. 1 Samuel 8); Israel no entendía que no eran hombres imperfectos quienes les gobernaban y que no necesitaban de rey como las demás naciones pues contaban a favor de ellos al Rey de reyes y Señor de señores, que había derrotado a Faraón de Egipto, a Sehón, a Og, a Balac, a los reyes de Jericó, de Hai, y de todas las naciones vecinas, y que a Él tan sólo debían fidelidad. Triste es pensar que, como ellos, muchos de nosotros hoy procuramos la seguridad y el éxito de la mano de otros “reyes” como hacen y tienen “las demás naciones” y no prestamos la debida atención a las maravillosas obras que nuestro Gran Rey y Buen Dios hace con nosotros y en nosotros.
Israel es “premiado” con un rey inigualable, a quien de sólo verle inspiraba admiración:
“Entonces corrieron y lo trajeron de allí; y puesto en medio del pueblo, desde los hombros arriba era más alto que todo el pueblo. Y Samuel dijo a todo el pueblo: ¿Habéis visto al que ha elegido Jehová, que no hay semejante a él en todo el pueblo? Entonces el pueblo clamó con alegría, diciendo: ¡Viva el rey!” (1º Samuel 10.23–24, RVR60)
Que Israel no estaba listo para tener un rey “como las demás naciones” es evidente de inmediato: Saúl no tiene una casa o palacio y luego de ser vitoreado como rey cada uno regresa a su propia casa, incluido Saúl mismo, quien vuelve a casa de sus padres, no sin antes lidiar con el recelo de los que envidiaban su posición y no veían en él a un superior (1 Samuel 10.25-27).
Conocemos ya los elementos que dieron al traste con el reinado de Saúl: su infidelidad para con Dios y su necesidad de aprobación de los hombres le llevaron a tomar decisiones que cada vez más le alejaron de Dios al punto que en poco tiempo Dios dictamina contra él que su reino no sería firme, no sería establecido. En la lectura de principio resaltan estos elementos:
A. La infidelidad del siervo de Dios es un acto que solo se compara con enloquecer (“Locamente has hecho; no guardaste el mandamiento de Jehová tu Dios que él te había ordenado” v. 13); el Señor no necesita de nuestra ayuda, sólo demanda y espera de sus siervos obediencia y fidelidad. Desobedecerle no es más que dudar de su Poder y Grandeza y confiar en la nuestra como superior y mejor para las circunstancias que nos tocaran vivir. Tal razonamiento es locura, una “sabiduría” que resulta ser “humana, animal y diabólica”.
“Pues mirad, hermanos, vuestra vocación, que no sois muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos, ni muchos nobles; sino que lo necio del mundo escogió Dios, para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo escogió Dios, para avergonzar a lo fuerte; y lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es, a fin de que nadie se jacte en su presencia. Mas por él estáis vosotros en Cristo Jesús, el cual nos ha sido hecho por Dios sabiduría, justificación, santificación y redención; para que, como está escrito: El que se gloría, gloríese en el Señor.” (1 Corintios 1.26–31, RVR60)
“¿Quién es sabio y entendido entre vosotros? Muestre por la buena conducta sus obras en sabia mansedumbre. Pero si tenéis celos amargos y contención en vuestro corazón, no os jactéis, ni mintáis contra la verdad; porque esta sabiduría no es la que desciende de lo alto, sino terrenal, animal, diabólica. Porque donde hay celos y contención, allí hay perturbación y toda obra perversa. Pero la sabiduría que es de lo alto es primeramente pura, después pacífica, amable, benigna, llena de misericordia y de buenos frutos, sin incertidumbre ni hipocresía. Y el fruto de justicia se siembra en paz para aquellos que hacen la paz.” (Santiago 3.13–18, RVR60)
Dios no se complace con “sacrificios humanos”, pero sí con la fidelidad y obediencia:
“Y Samuel dijo: ¿Se complace Jehová tanto en los holocaustos y víctimas, como en que se obedezca a las palabras de Jehová? Ciertamente el obedecer es mejor que los sacrificios, y el prestar atención que la grosura de los carneros. Porque como pecado de adivinación es la rebelión, y como ídolos e idolatría la obstinación. Por cuanto tú desechaste la palabra de Jehová, él también te ha desechado para que no seas rey.” (1º Samuel 15.22–23, RVR60)
“Porque no quieres sacrificio, que yo lo daría; No quieres holocausto. Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado; Al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios.” (Salmo 51.16–17, RVR60)
B. La infidelidad a Dios recibe de Él justo castigo (“… pues ahora Jehová hubiera confirmado tu reino sobre Israel para siempre. Mas ahora tu reino no será duradero”, v. 13). Con amor y misericordia se comporta nuestro Señor para con sus hijos, pero su amor no es obstáculo al justo castigo que viene ante nuestras acciones contrarias a su Santa Voluntad. Su misericordia puede verse incluso en los momentos de juicio y castigo: Saúl recibe aquí como sentencia el que “su reino” no sería firme y duradero, una referencia de castigo que más que efectuarse directamente en él se habría de ver en su casa, en su descendencia, pues no tendría un hijo suyo como sucesor al trono; siempre hay un llamado y oportunidad de arrepentimiento para aquellos que, sin importar las razones, se alejan de Dios y se hacen a sí mismos infieles.
Sin embargo, Saúl no mostró nunca una actitud arrepentida, nunca inclinó su corazón para hacer la voluntad de Dios. Para él, como ocurre con muchos de nosotros, primero era el aplauso y el reconocimiento humano antes que el divino, y su orgullo y cobardía siempre fueron tales que nunca se acercó a Dios humillado y buscando perdón y misericordia:
“Entonces Saúl dijo a Samuel: Yo he pecado; pues he quebrantado el mandamiento de Jehová y tus palabras, porque temí al pueblo y consentí a la voz de ellos. Perdona, pues, ahora mi pecado, y vuelve conmigo para que adore a Jehová. Y Samuel respondió a Saúl: No volveré contigo; porque desechaste la palabra de Jehová, y Jehová te ha desechado para que no seas rey sobre Israel. Y volviéndose Samuel para irse, él se asió de la punta de su manto, y éste se rasgó. Entonces Samuel le dijo: Jehová ha rasgado hoy de ti el reino de Israel, y lo ha dado a un prójimo tuyo mejor que tú. Además, el que es la Gloria de Israel no mentirá, ni se arrepentirá, porque no es hombre para que se arrepienta. Y él dijo: Yo he pecado; pero te ruego que me honres delante de los ancianos de mi pueblo y delante de Israel, y vuelvas conmigo para que adore a Jehová tu Dios. Y volvió Samuel tras Saúl, y adoró Saúl a Jehová.” (1º Samuel 15.24–31, RVR60)
Su soberbia y corazón no arrepentido le acompañó hasta la muerte. Una vida de infidelidad y sin arrepentimiento es castigada por quien ha llamado a todos a servirle, a honrarle, a obedecerle, el Único y Sabio Dios y Creador.
C. La fidelidad es la que recibe recompensa de parte de Dios (“Jehová se ha buscado un varón conforme a su corazón, al cual Jehová ha designado para que sea príncipe sobre su pueblo”, v. 14). La idoneidad de David para servir como rey de Israel es escasa e insignificante, muy similar a la de Saúl en principio, quien no se consideraba digno ni a sus propios ojos. Veamos el “curriculum vitae” de quien llegó a gobernar a Israel por 40 años, a ser modelo de todos sus reyes, y a recibir promesa de un reinado eterno (2 Samuel 7):
- Era el menor de los hijos de Isaí, bisnieto de Rut la moabita (Rut 4.13-16; 1 Samuel 16.1)
- Era el pastor de las ovejas de la familia (1 Samuel 16.11)
- Como hijo menor, no era considerado digno ni aun entre sus hermanos y su familia (1 Samuel 16.10-11; 17.28)
- Como guerrero valiente, vigoroso y valeroso, era más reconocido como músico (16.18; 17.15)
- Otras virtudes que considerar en él eran su hermosura y su prudencia en palabras (16.12; 17.18)
Pero la gran diferencia entre David y Saúl consistía en la fidelidad al Señor: imperfecto y humano como era, David conocía a Dios y su Poder, le temía y amaba, y así vivía su vida en cualquier condición, sea como el menospreciado hijo menor, pastor de las ovejas, o como el rey modelo en el pueblo de Israel. Nosotros podemos ser engañados por las apariencias, podemos mostrarnos ocupados incluso en las cosas de Dios, pero Él conoce nuestro corazón y sabe la fidelidad de nuestra vida y nuestras obras, que es lo que define la calidad de nuestra adoración.
“Y aconteció que cuando ellos vinieron, él vio a Eliab, y dijo: De cierto delante de Jehová está su ungido. Y Jehová respondió a Samuel: No mires a su parecer, ni a lo grande de su estatura, porque yo lo desecho; porque Jehová no mira lo que mira el hombre; pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Jehová mira el corazón.” (1º Samuel 16.6–7, RVR60)
“Fueron oídas las palabras que David había dicho, y las refirieron delante de Saúl; y él lo hizo venir. Y dijo David a Saúl: No desmaye el corazón de ninguno a causa de él; tu siervo irá y peleará contra este filisteo. Dijo Saúl a David: No podrás tú ir contra aquel filisteo, para pelear con él; porque tú eres muchacho, y él un hombre de guerra desde su juventud. David respondió a Saúl: Tu siervo era pastor de las ovejas de su padre; y cuando venía un león, o un oso, y tomaba algún cordero de la manada, salía yo tras él, y lo hería, y lo libraba de su boca; y si se levantaba contra mí, yo le echaba mano de la quijada, y lo hería y lo mataba. Fuese león, fuese oso, tu siervo lo mataba; y este filisteo incircunciso será como uno de ellos, porque ha provocado al ejército del Dios viviente. Añadió David: Jehová, que me ha librado de las garras del león y de las garras del oso, él también me librará de la mano de este filisteo. Y dijo Saúl a David: Ve, y Jehová esté contigo.” (1º Samuel 17.31–37, RVR60)
A este rey Dios bendijo más que a todos, haciendo de él ejemplo en Israel, llevándole a reconocer sus maravillas y fuerza, estableciendo su reino eternamente.
“Aconteció que cuando ya el rey habitaba en su casa, después que Jehová le había dado reposo de todos sus enemigos en derredor, dijo el rey al profeta Natán: Mira ahora, yo habito en casa de cedro, y el arca de Dios está entre cortinas. Y Natán dijo al rey: Anda, y haz todo lo que está en tu corazón, porque Jehová está contigo. Aconteció aquella noche, que vino palabra de Jehová a Natán, diciendo: Ve y di a mi siervo David: Así ha dicho Jehová: ¿Tú me has de edificar casa en que yo more? Ciertamente no he habitado en casas desde el día en que saqué a los hijos de Israel de Egipto hasta hoy, sino que he andado en tienda y en tabernáculo. Y en todo cuanto he andado con todos los hijos de Israel, ¿he hablado yo palabra a alguna de las tribus de Israel, a quien haya mandado apacentar a mi pueblo de Israel, diciendo: ¿Por qué no me habéis edificado casa de cedro? Ahora, pues, dirás así a mi siervo David: Así ha dicho Jehová de los ejércitos: Yo te tomé del redil, de detrás de las ovejas, para que fueses príncipe sobre mi pueblo, sobre Israel; y he estado contigo en todo cuanto has andado, y delante de ti he destruido a todos tus enemigos, y te he dado nombre grande, como el nombre de los grandes que hay en la tierra. Además, yo fijaré lugar a mi pueblo Israel y lo plantaré, para que habite en su lugar y nunca más sea removido, ni los inicuos le aflijan más, como al principio, desde el día en que puse jueces sobre mi pueblo Israel; y a ti te daré descanso de todos tus enemigos. Así mismo Jehová te hace saber que él te hará casa. Y cuando tus días sean cumplidos, y duermas con tus padres, yo levantaré después de ti a uno de tu linaje, el cual procederá de tus entrañas, y afirmaré su reino. El edificará casa a mi nombre, y yo afirmaré para siempre el trono de su reino. Yo le seré a él padre, y él me será a mí hijo. Y si él hiciere mal, yo le castigaré con vara de hombres, y con azotes de hijos de hombres; pero mi misericordia no se apartará de él como la aparté de Saúl, al cual quité de delante de ti. Y será afirmada tu casa y tu reino para siempre delante de tu rostro, y tu trono será estable eternamente. Conforme a todas estas palabras, y conforme a toda esta visión, así habló Natán a David. Y entró el rey David y se puso delante de Jehová, y dijo: Señor Jehová, ¿quién soy yo, y qué es mi casa, para que tú me hayas traído hasta aquí? Y aun te ha parecido poco esto, Señor Jehová, pues también has hablado de la casa de tu siervo en lo por venir. ¿Es así como procede el hombre, Señor Jehová? ¿Y qué más puede añadir David hablando contigo? Pues tú conoces a tu siervo, Señor Jehová. Todas estas grandezas has hecho por tu palabra y conforme a tu corazón, haciéndolas saber a tu siervo. Por tanto, tú te has engrandecido, Jehová Dios; por cuanto no hay como tú, ni hay Dios fuera de ti, conforme a todo lo que hemos oído con nuestros oídos. ¿Y quién como tu pueblo, como Israel, nación singular en la tierra? Porque fue Dios para rescatarlo por pueblo suyo, y para ponerle nombre, y para hacer grandezas a su favor, y obras terribles a tu tierra, por amor de tu pueblo que rescataste para ti de Egipto, de las naciones y de sus dioses. Porque tú estableciste a tu pueblo Israel por pueblo tuyo para siempre; y tú, oh Jehová, fuiste a ellos por Dios. Ahora pues, Jehová Dios, confirma para siempre la palabra que has hablado sobre tu siervo y sobre su casa, y haz conforme a lo que has dicho. Que sea engrandecido tu nombre para siempre, y se diga: Jehová de los ejércitos es Dios sobre Israel; y que la casa de tu siervo David sea firme delante de ti. Porque tú, Jehová de los ejércitos, Dios de Israel, revelaste al oído de tu siervo, diciendo: Yo te edificaré casa. Por esto tu siervo ha hallado en su corazón valor para hacer delante de ti esta súplica. Ahora pues, Jehová Dios, tú eres Dios, y tus palabras son verdad, y tú has prometido este bien a tu siervo. Ten ahora a bien bendecir la casa de tu siervo, para que permanezca perpetuamente delante de ti, porque tú, Jehová Dios, lo has dicho, y con tu bendición será bendita la casa de tu siervo para siempre.” (2º Samuel 7, RVR60)
“Libro de la genealogía de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham.” (Mateo 1.1, RVR60)
“Cuando se acercaron a Jerusalén, y vinieron a Betfagé, al monte de los Olivos, Jesús envió dos discípulos, diciéndoles: Id a la aldea que está enfrente de vosotros, y luego hallaréis una asna atada, y un pollino con ella; desatadla, y traédmelos. Y si alguien os dijere algo, decid: El Señor los necesita; y luego los enviará. Todo esto aconteció para que se cumpliese lo dicho por el profeta, cuando dijo: Decid a la hija de Sion: He aquí, tu Rey viene a ti, Manso, y sentado sobre una asna, Sobre un pollino, hijo de animal de carga. Y los discípulos fueron, e hicieron como Jesús les mandó; y trajeron el asna y el pollino, y pusieron sobre ellos sus mantos; y él se sentó encima. Y la multitud, que era muy numerosa, tendía sus mantos en el camino; y otros cortaban ramas de los árboles, y las tendían en el camino. Y la gente que iba delante y la que iba detrás aclamaba, diciendo: ¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! ¡Hosanna en las alturas! Cuando entró él en Jerusalén, toda la ciudad se conmovió, diciendo: ¿Quién es éste? Y la gente decía: Este es Jesús el profeta, de Nazaret de Galilea.” (Mateo 21.1–11, RVR60)