
A diferencia de los demás Salmos penitentes o de lamento, este no concluye con una declaración de esperanza de liberación. De hecho, la frase con la que concluye este Salmo (según es traducida en la Biblia de Las Américas) es probablemente la más oscura de todas:
“… mis amistades son las tinieblas” (v. 18)
A veces las pruebas se prolongan por tanto que no podemos ver la luz al final del túnel.
Aunque hoy en día somos bombardeaos por ideas positivas y sueños de abundancia y bienestar continuo para los hijos de Dios en este mundo, la verdad es que esto es contrario a las declaraciones del mismo Señor Jesucristo (“En el mundo tendréis aflicción”) y, si somos honestos, a nuestra propia experiencia.
¿Qué diremos de Esteban, uno de los primeros siete diáconos en la iglesia del primer siglo? Sirvió fielmente a su Señor, siendo reconocido como “de buen testimonio, lleno del Espíritu Santo y de sabiduría” (Hechos 6.3), su ministerio impactó con poder de Dios a su comunidad (6.8), y proclamó la Palabra de Dios con poder y sabiduría, de manera que nadie podía resistirle (6.10). Se esperaría que tanta fidelidad y tanto “éxito” fuera correspondido con una vida feliz y abundante, pero bien sabemos cómo concluyó la historia:
“Entonces sobornaron a unos para que dijesen que le habían oído hablar palabras blasfemas contra Moisés y contra Dios.Y soliviantaron al pueblo, a los ancianos y a los escribas; y arremetiendo, le arrebataron, y le trajeron al concilio.” (Hechos de los Apóstoles 6.11–12, RVR60)
“Entonces ellos, dando grandes voces, se taparon los oídos, y arremetieron a una contra él. Y echándole fuera de la ciudad, le apedrearon; y los testigos pusieron sus ropas a los pies de un joven que se llamaba Saulo.” (Hechos de los Apóstoles 7.57–58, RVR60)
Y esto por no mencionar a Jacobo, que fue encarcelado y muerto por su amor por Cristo. O Pedro, que junto al apóstol Juan fue perseguido durante el inicio de su ministerio y según la tradición murió siendo crucificado de cabeza. O el joven Saulo, que persiguiendo a la iglesia fue alcanzado y traído a los pies del Señor para ser encomendado como apóstol a los gentiles, por lo que fue siempre atribulado y perseguido por los de su nación, sufriendo incontables males y sufrimientos (2 Corintios 11.23-29), hasta incluso padecer la muerte por causa del testimonio de Cristo. O Juan, que escribió el libro de Apocalipsis desde la prisión… tantos otros a lo largo de la historia cristiana, hombres y mujeres fieles al Señor que padecieron hasta la muerte con gozo, de todos ellos mi preferido, Ignacio de Antioquía, que murió devorado por las fieras, mientras era trasladado al martirio, dijo lo siguiente:
“De nada me servirían los placeres terrenales ni los reinos de este mundo. Prefiero morir en Cristo Jesús que reinar en los confines de la tierra. Todo mi deseo y mi voluntad están puestos en aquel que por nosotros murió y resucitó.”
Justamente de eso se trata: de vivir cada día, sin importar las circunstancias, para la gloria de Dios, esperando y confiando en Él.
Hemán, el escritor de este Salmo 88, en el sufrimiento y oscuridad en el que vive, tiene claro un par de cosas importantes:
- Jehová es el Dios de nuestra Salvación (v. 1); sin importar lo que ocurra, la certeza de haber sido salvados por gracia, nos confiere la confianza de vivir en este mundo, sabiendo que nuestro Salvador nos ama tanto que ha dado ha su Hijo por el eterno perdón de mis pecados (Juan 3.16), y que si “no escatimó a su Hijo” por nosotros, “¿cómo no nos dará también con Él todas las cosas?” (Romanos 8.32). No hay circunstancia que Él no conozca, y que permita para Su Gloria y nuestra bendición.
- De nuestro Dios Salvador viene nuestra ayuda, a Él debemos invocar siempre (v. 1, 9); Él es nuestro Salvador aún cuando hemos pecado, y su amorosa disciplina está sobre nosotros, corrigiéndonos (vs. Jonás 2.1-10). Como David podemos confiar en que nuestro Dios nos recogerá:
“Oye, oh Jehová, mi voz con que a ti clamo; Ten misericordia de mí, y respóndeme. Mi corazón ha dicho de ti: Buscad mi rostro. Tu rostro buscaré, oh Jehová; No escondas tu rostro de mí. No apartes con ira a tu siervo; Mi ayuda has sido. No me dejes ni me desampares, Dios de mi salvación. Aunque mi padre y mi madre me dejaran, Con todo, Jehová me recogerá.” (Salmo 27.7–10, RVR60)
Debemos de aprender de Hemán a confiar y buscar a nuestro Buen Dios cada día, sin importar las tinieblas que nos rodeen, sin prestar atención a la tristeza, la soledad o el sufrimiento (vs. Miqueas 7.1-7). Servir a Dios es y será nuestro mayor gozo y satisfacción. Me despido de ustedes y les dejo las sabias palabras de Juan Calvino, quien al introducir su comentario sobre este salmo, dijo:
“Este salmo contiene lamentaciones muy dolorosas, vertidas por su calígrafo inspirado cuando estaba bajo una aflicción muy grave y casi al borde de la desesperación. Pero él, al mismo tiempo, mientras lucha con el dolor, declara la firmeza invencible de su fe; lo cual mostró al invocar a Dios para que lo librara, incluso cuando estaba en la profunda oscuridad de la muerte.”
Dios les bendice.