Salmo 40: Confianza a prueba de todo

“Pacientemente esperé a Jehová, Y se inclinó a mí, y oyó mi clamor. Y me hizo sacar del pozo de la desesperación, del lodo cenagoso; Puso mis pies sobre peña, y enderezó mis pasos” Salmo 40.1-2
En nuestro relato anterior nos enfocamos en el verso 1 y la necesidad que este plantea a los hijos de Dios: esperar pacientemente a Jehová. Aprendimos que este “esperar” no es tan sólo dar tiempo, es una actitud del corazón regenerado, un fruto del Espíritu (“paciencia… templanza”, según Gálatas 5.22), que implica renunciar a nuestros planes y a nuestra independencia para confiar en la buena voluntad del Padre para con nosotros (así aprendimos de nuestro Señor Jesucristo, en Getsemaní, la noche que fue entregado; ver Salmo 40.4).
Hoy quisiera enfocar el resultado inmediato, que nos comparte el salmista, de la actitud de “esperar esperando”.
Nuestro Padre Celestial nos oye atentamente
“Y se inclinó a mí, y oyó mi clamor”
Esta afirmación muestra un par de bendiciones importantes:
- La primera es que no somos ya más vistos por Dios como simples pecadores, más bien como hijos perdonados. La Escritura nos enseña que el Señor no oye a los pecadores (Juan 9.31; vs. Isaías 59.2-3) pero sí a los que le temen. Ahora somos hijos adoptados del Señor, y no importa lo que ocurra a nuestro alrededor, nuestro Padre tiene conocimiento y control de todo, y gestiona todas las cosas para Su gloria y nuestra bendición. Tanto es así, que incluso en nuestra incapacidad de “pedir como conviene”, el Espíritu Santo de nuestro Dios nos ayuda (Romanos 8.27).
- La segunda es que tenemos un fuerte refugio, un gran socorro en tiempos de adversidad. El salmista dice “Alzaré mis ojos a los montes, ¿de dónde vendrá mi socorro? Mi socorro viene de Jehová, que hizo los cielos y la tierra” (Salmo 121.1-2). Con Dios a favor nuestro, ¿de qué temeremos? El Señor ha decidido amarnos, por lo que si nos toca atravesar momentos difíciles podemos confiar que su amor y cuidado habrán de obrar a nuestro favor; el mismo Salmo 121 concluye diciendo: “Jehová te guardará de todo mal, Él guardará tu alma. Jehová guardará tu salida y tu entrada desde ahora y para siempre” (vv. 7-8)
Entonces, en tu “esperar en Dios”, ¿estás clamando a tu Señor con paciencia? Como dijera Charles Spurgeon: “Si Dios no quisiera escucharnos, no nos pediría que oremos”. Si tus ojos se han vuelto a otras cosas que te ofrecen satisfacción y seguridad temporal (trabajo, reconocimiento, relaciones, etc.), estás perdiendo el tiempo y la oportunidad de ver al Señor obrar maravillas a tu favor. ¡Clama a tu Dios, pues en eso consiste esperar en Él!
Nuestro Padre Celestial nos libra y nos protege
“Y me hizo sacar del pozo de la desesperación, del lodo cenagoso; Puso mis pies sobre peña, y enderezó mis pasos.”
David nos plantea que la atención del Señor hacia nosotros tiene como objeto brindarnos la ayuda necesaria para que podamos recuperarnos, levantarnos, sin importar el lugar en el que estemos. La Palabra de Dios nos dice:
“Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro” (Hebreos 4.16, RVR1960)
Cuando un asombrado Simón Pedro veía con dificultad la imagen de alguien que afirmaba ser el Señor caminar sobre las aguas y acercarse a la barca en la que él y los demás discípulos se recuperaban del susto de la gran tormenta que justo habían atravesado, se decidió a bajar de la barca y caminar sobre el agua cuando el Señor le dijo “Ven” y así como su Señor Pedro caminó sobre las aguas; pero entonces dudó, y empezó a sumergirse en el lago… en lugar de luchar con sus fuerzas por salir a flote, o de disimular ante todos lo ocurrido con una broma superficial, él clama al Señor, y su Señor no sólo le oyó, también le rescató y entonces le reclamó su incredulidad (Mateo 14.25-33). Muchos de nosotros preferimos seguir ahogándonos en el lago, pensando que el Señor es como algunos de nuestros hermanos o incluso como nosotros mismos hemos sido, que primero juzgamos (y aún condenamos) antes de tender la mano en ayuda. El espacio faltaría para escribir sobre Lot, José, David, Esteban, Pablo, Pedro, y tantos otros creyentes a lo largo de la historia que pueden testificarnos que en cualquier tiempo o circunstancia lo mejor que un creyente puede hacer en sus victorias, necesidades, debilidades y derrotas, es clamar y esperar siempre a nuestro Buen Dios y Padre. Antes de concluir por ahora es necesario enfatizar: si espero y clamo, Él oye con atención, me libra y me guarda, pero también endereza mis pasos, así que torcerme y caer de nuevo en el mismo pozo de desesperación, en el lodo cenagoso, no debiera ser una opción. ¡Sigue de pie, por Su Gracia firme, sobre la Roca!
“Dios, cuando viene, nos mueve de una sensación de desesperación a una sensación de seguridad”
John Piper
Dios les bendice,
Vladimir.
Pingback: “Mis pies sobre Peña” (3) – 3Chapters