«Mis pies sobre Peña» (3)

Salmo 40: Confianza a prueba de todo

“Puso luego en mi boca cántico nuevo, alabanza a nuestro Dios. Verán esto muchos, y temerán, Y confiarán en Jehová” Salmo 40.3, RVR1960

El agradecimiento, que nunca ha resultado natural al ser humano, hoy es cada vez más una actitud en peligro de extinción.

En una ocasión diez leprosos, muy probablemente impresionados por los milagros y las Palabras de nuestro Señor Jesucristo, salieron a su encuentro con la intención de pedir de Él sanidad a sus dolencias (Lucas 17.11-19). En mi mente no hay duda: la lepra es una de las más temidas enfermedades que puede azotar al ser humano; deteriora el sistema neurológico periférico, y con ello también la piel, las vías superiores, los ojos… en fin, la lepra destruye, corrompe y pudre en vida. Por lo mismo, los afectados por esta enfermedad (para la que no se desarrolló tratamiento y cura hasta finales del siglo 19) eran marginados sociales, y de acuerdo incluso a la Ley Mosaica, debían vivir fuera de las ciudades y comunidades, y si en algún momento les era necesario ingresar al pueblo, o algún viajante se acercaba a ellos, debían gritar a todo pulmón: “¡Inmundo! ¡Inmundo!” (Levítico 13.45).

Al ver a Jesús, los leprosos le clamaron por misericordia (Lucas 17.13) y este les concedió la limpieza. Es interesante que el Señor los envía a presentarse ante los sacerdotes, llamados a certificar la sanidad de estos, y que no los sanara de inmediato, pero más bien mientras iban de camino; de haberse quedado estos esperando, o de haberse apartado molestos o frustrados, sin obedecer a Jesús, no habrían recibido la sanidad que esperaban. La historia nos narra que uno de ellos, al comprobarse sano, regresa corriendo a Cristo, glorificando a Dios, agradecido. Sólo uno de los nueve. Nuestro Señor Jesucristo está atento al agradecimiento de aquellos que somos beneficiados por Su Gracia, y por lo mismo, igual está atento a los que no:

“Respondiendo Jesús, dijo: ¿No son diez los que fueron limpiados? Y los nueve, ¿dónde están?” (Lucas 17.17, RVR1960)

¿Cómo responderemos entonces a la Gracia que nos asiste? En primer lugar adorando:

“Puso luego en mi boca cántico nuevo, alabanza a nuestro Dios” (v. 3a)

Como hemos visto, el salmista describe en este Salmo su condición con palabras que muestran vívidamente la tribulación que vivía: se encontraba como en un “pozo de desesperación”, en “lodo cenagoso” (v. 2). Pero, como también hemos visto, Dios se inclina a escucharle, le saca a flote y coloca a pies firmes sobre roca. Si todo esto se tratara de nosotros y nuestro bien únicamente, el Salmo muy probablemente concluiría ahí, pero no es así, hay una respuesta nuestra a tan grande bendición. Esta respuesta no es la autopromoción y autoexaltación; Dios no nos saca del pozo cenagoso para que luego proclamemos que fue nuestra preparación, nuestro esfuerzo, e incluso en los más “piadosos”, nuestra fe, lo que nos dio el “éxito” sobre las dificultades. Más que nuestro bienestar, el propósito primario es Dios, su Gloria. Fíjate que Él no sólo nos libra del pozo de desesperación, pero también pone un *cántico nuevo* en nuestra boca. Lo de que Él pone el cántico indica su propósito al rescatarnos de nuestras tribulaciones, debemos alabarle. También indica que alabarle, adorarle, es a la manera suya y no a la nuestra. Lo novedoso del cántico no hace referencia a crear nuevas tonadas o desarrollar nuevos ritmos, más bien a lo expresado por Jeremías al decir “Nuevas son cada mañana, grande es Su fidelidad” (Lamentaciones 3.23): cada día es una muestra de su amor, gracia y misericordia, por lo que cada día debemos nuevamente cantarle, adorarle, alabarle, muy especialmente cuando Su Mano Poderosa nos libra de grandes males. Como dijera Juan Calvino en su comentario sobre esto:

“Es cierto que ningún beneficio de Dios es tan pequeño que no debería suscitar nuestras más altas alabanzas; pero cuanto más poderosamente extiende Su Mano para ayudarnos, más conviene que nos incitemos a un ferviente celo en este santo ejercicio_ [el adorarle], _para que nuestros cantos correspondan a la grandeza del favor que nos ha sido conferido”.

¿Cómo responderemos entonces a la Gracia que nos asiste? En segundo lugar testificando:

“Verán esto muchos, y temerán, y confiarán en Jehová” (v. 3b)

Nuestra bendición, nuestro beneficio, es para ser compartido. Cuando nos callamos las bendiciones que el Señor nos confiere, somos egoístas, como se consideraron aquellos cuatro leprosos israelitas que al visitar el campamento de los sirios buscando clemencia se encontraron con que este se encontraba abandonado pues los sirios habían huido apresuradamente en la noche al ser confundidos por Dios, quien les hizo creer que grandes ejércitos venían contra ellos (2 Reyes 7.1-7). Empezaron estos a disfrutar los manjares y el botín de los sirios, pero luego recordaron el hambre y las calamidades que pasaba el pueblo de Israel, sus hermanos:

“Luego se dijeron el uno al otro: No estamos haciendo bien. Hoy es día de buena nueva, y nosotros callamos; y si esperamos hasta el amanecer, nos alcanzará nuestra maldad. Vamos pues, ahora, entremos y demos la nueva en casa del rey” (2 Reyes 7.9; RVR1960)

Esta es la manera en que el Señor obra desde el principio: nos bendice para que seamos de bendición a otros (vs. Abraham y su llamado en Génesis 12.1-3), y no hay mayor bendición que mostrar a los perdidos las maravillosas riquezas de Su gracia en nuestras vidas. Tal como dijera John Piper sobre este texto:

“¿No es tremendo que cada vez que Dios nos libera del abismo y pone un cántico nuevo en nuestra boca, su objetivo no es solo nuestro beneficio, sino también el beneficio de los demás a través de nosotros? Nunca consideremos nuestro propio canto como el punto de parada de las misericordias de Dios. Dios apunta a que nuestro canto atraiga a otros al Reino”.

Podemos ser, pues, una eterna bendición en muchos que son testigos de la bendición de nuestra liberación de los pozos de desesperación.

“Un santo hace muchos_ [otros santos]; _un hijo de Dios sacado del abismo horrible conduce a la grandeza a muchos otros de la misma manera”. Charles Spurgeon

Aquí concluimos nuestra reflexión sobre este Salmo 40 y sus primeros versos. A modo de última exhortación les dejo estas palabras:

“¿Estás esperando en el Señor? ¿Estás orando por algo y preguntando: “Oh Dios, ¿cuándo vas a hacer esto? ¿Cuándo vas a obrar?» Recuerda, uno de estos días tu oración se convertirá en canto. Tu hundimiento se convertirá en pararte firme. Tu miedo se convertirá en seguridad cuando te ponga sobre la roca. Solo espera en el Señor. Es paciente contigo. ¿Por qué no ser paciente con Él y dejar que trabaje en su tiempo?” Warren Wiersbe

“¡Canta, entonces, creyente! Con bastante frecuencia gemiste en el pozo; canta ahora que estás sobre la roca. Ya estabas bastante desolado en el calabozo; pronuncia en voz alta tus agradecimientos ahora que tus caminos están establecidos”. Charles Spurgeon

Dios les bendice.

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