Antes de las persecuciones de Saulo de Tarso, la iglesia se encontraba concentrada en Jerusalén. Los Apóstoles, los recién nombrados Diáconos, las Mujeres, y todas las expresiones del ministerio estaban dedicadas a la atención de los creyentes que habitaban Jerusalén, y la comunidad alrededor de estos. Si bien es cierto que los de “el Camino” habían pasado de ser unos 120 a varios miles, su campo de influencia era muy reducido desde el punto de vista geográfico, y en tales condiciones no podían cumplir por completo el vasto y majestuoso llamado de Cristo: alcanzar “lo último de la Tierra” con el testimonio de Él, haciendo a las naciones discípulas de sus enseñanzas.