Mientras muchos te enseñan a servir a Dios en las cosas grandes, y otros en honrarle en múltiples cosas pequeñas, quiero retarnos a servir al Señor en todas las cosas...

Mientras muchos te enseñan a servir a Dios en las cosas grandes, y otros en honrarle en múltiples cosas pequeñas, quiero retarnos a servir al Señor en todas las cosas...
En tiempos de crisis, una verdadera palabra de fe
El llamado del Señor es inapelable. En la pasada entrega pudimos conocer en detalle las características del divino llamado partiendo del que recibiera Saulo de Tarso, quien luego llegara a ser conocido como el apóstol Pablo. Pudimos entender que el llamado de Dios no depende de méritos humanos, pues Saulo era un perseguidor de la iglesia, un enemigo de Dios y aun así la gracia de Dios le alcanzó. En el día de hoy podremos profundizar en la elección de Dios y los resultados del llamado divino. Cuando el Señor encomienda a Ananías el asistir a Saulo en su conversión y este muestra dudas sobre esta misión, el Señor le revela Su propósito al rescatar a Saulo y comisionarlo al ministerio. Las palabras del Señor no pueden ser más elocuentes...
Antes de las persecuciones de Saulo de Tarso, la iglesia se encontraba concentrada en Jerusalén. Los Apóstoles, los recién nombrados Diáconos, las Mujeres, y todas las expresiones del ministerio estaban dedicadas a la atención de los creyentes que habitaban Jerusalén, y la comunidad alrededor de estos. Si bien es cierto que los de “el Camino” habían pasado de ser unos 120 a varios miles, su campo de influencia era muy reducido desde el punto de vista geográfico, y en tales condiciones no podían cumplir por completo el vasto y majestuoso llamado de Cristo: alcanzar “lo último de la Tierra” con el testimonio de Él, haciendo a las naciones discípulas de sus enseñanzas.