“Cuando alguno es tentado, no diga que es tentado de parte de Dios; porque Dios no puede ser tentado por el mal, ni él tienta a nadie; sino que cada uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido. Entonces la concupiscencia, después que ha concebido, da a luz el pecado; y el pecado, siendo consumado, da a luz la muerte.” (Santiago 1.13–15, RVR60)
Introducción
Definir tentación no es tan difícil. De hecho, puede resultar bastante simple para nuestra mente acostumbrada a los atajos, los resúmenes y los tweets de 160 caracteres o menos. Cuando Charles Stanley, en su libro “Tentado, no cedas” introduce su tema reflejando lo común del tema y como cada uno se identifica con el mismo dice:
“El vocablo tentación trae a la mente diferentes cosas para cada uno de nosotros. Para algunos, esta palabra indica un delicioso helado de crema batida y nueces. Para otros, es el hombre o la mujer quien ha venido a ser el objeto de fantasías sexuales secretas en la oficina. Para el negociante que vive bajo una presión inflexible, puede ser la taberna de la esquina. Para la mujer que hace tiempo perdió el fervor de ser esposa y madre, puede ser la farmacia de la esquina donde sabe que puede conseguir que le vendan esa receta de calmantes una vez más.”
El concepto de tentación, sin embargo, resulta ser más complejo y vital al ser analizado bíblicamente, pues hemos reducido la idea de tentación a cosas superficiales y a nimiedades, basta citar la definición de la misma que hacen el Diccionario Manual de la Lengua Española y el Diccionario de la Real Academia Española:
“Impulso o estímulo espontáneo que nos empuja a hacer algo, especialmente una cosa mala o que no es conveniente” (Diccionario Manual de la Lengua Española Vox. © 2007 Larousse Editorial, S.L.)
“Instigación o estímulo que induce el deseo de algo.” (Diccionario de la Lengua Española RAE)
Definitivamente “tentación” es algo más que el deseo de comer un dulce en horas de la noche, o de comprar un par de zapatos adicionales. Definir “tentación” es una tarea más compleja y mucho más importante, y cada creyente necesita alcanzar la mayor claridad en este asunto; me atrevo a proponer dos y sólo dos razones por el momento: la primera es que en el concepto de “tentación” se encierra el origen de todo el mal que conocemos, y la segunda es que todos los seres humanos, sin importar edad, sexo, nacionalidad, credo o partido político, han experimentado, experimentan y habrán de experimentar tentaciones en su vida; tal como dice John MacArthur en su sermón “Whose Fault Is Our Temptation”: La Tentación es la experiencia común de todo ser humano. Es por esto que debemos conocer, entender el concepto de tentación, pues como dice Steve J. Cole no podremos actuar como cristianos si no conocemos como sobreponernos a las tentaciones (sermón “The Source, Force, and Course of Temptation”).
Es tan difícil explicar este asunto que en tan sólo unos pocos versos (1.2-18) Santiago intercambia la experiencia de pruebas y tentaciones en más de una ocasión, siendo la más reciente precisamente la que abordan estos versos 13-15, pues apenas en el vs. 12 Santiago a tratado el clímax de la actitud que debe tener el creyente ante las pruebas y la esperanza y gozo que esto conlleva y lo ha hecho usado exactamente la misma palabra en el idioma original que la que ahora en los vv. 13-15 usa para referirse a las tentaciones (πειρασμός, “peirasmos”), dejando en mi corazón la inquietud, la pregunta “¿Cómo se relacionan pruebas y tentaciones?”.
Una definición sencilla de “tentación”, provista por J. L. Garrett en su “Teología Sistemática, Tomo 1”, es la siguiente: “significa la ocasión del pecado humano, o el estímulo o aliciente a pecar”. Una más rica, sin embargo, es la que nos plantea John Owen:
“Una tentación, pues, en general, es algo que, por cualquier razón, ejerce una fuerza o influencia para seducir y atraer la mente y el corazón del hombre de la obediencia que Dios requiere de él hacia cualquier tipo de pecado.
En particular, es una tentación si dirige un hombre al pecado, le da la oportunidad de hacerlo, o le hace descuidar su deber. La tentación puede sugerir el mal al corazón, o extraer el mal que ya está ahí. También es una tentación al hombre, si algo es por cualquier medio capaz de distraerlo de su comunión con Dios, o la obediencia universal, constante que se requiere de él.
Para aclarar, estoy considerando la tentación no sólo como la fuerza activa de la seducción al pecado, sino también la cosa misma por la cual somos tentados. Sea lo que sea, dentro de nosotros o sin nosotros, que nos impide cumplir nuestro deber o proporciona una ocasión para el pecado, esto se debe considerar la tentación. Podría ser negocio, el empleo, el curso de la vida de uno, afecciones de la empresa, la naturaleza corrupta, propósitos, las relaciones, placeres, la reputación, la autoestima, la posición, habilidades, regalos, etc, que proporcionan la oportunidad de pecar o ser negligentes ante nuestro deber. Estas son verdaderas tentaciones, tanto como las solicitaciones más violentas de Satanás o seducciones del mundo. Quien no se da cuenta de esto está en el borde de la ruina.” (“Temptation, Banner of Truth”; John Owen)
“Cuando alguno es tentado, no diga que es tentado de parte de Dios…”
Santiago concluye su discurso sobre las pruebas en los creyentes tratando el tema de la tentación, y lo hace partiendo de una declaración en la que requiere del creyente no atribuir a Dios el origen ni el objeto de las tentaciones.
“Cuando alguno es tentado…” debiera ser traducido mejor “Ninguno al ser tentado”, indicando Santiago antes que cualquier cosa la certeza y no la probabilidad de que todos somos tentados, y de que junto con las pruebas muy a menudo se manifiestan las tentaciones. Como hemos visto ya, las pruebas son agentes externos al ser mismo del creyente que procuran enriquecer, fortalecer su fe, siendo entonces el objeto de la prueba la fe misma y no la persona. La tentación, por el contrario, y como veremos en detalle luego, parte del interior de la persona misma, cuestionando a Dios y sus propósitos y buscando establecer el propio criterio.
Por lo fino de la línea que separa a pruebas y tentaciones, muchos creyentes pudieran inclinarse a hacer al Señor responsable de las tentaciones que experimentan, a la manera en que hicieron Adán y Eva en el principio:
“Y oyeron la voz de Jehová Dios que se paseaba en el huerto, al aire del día; y el hombre y su mujer se escondieron de la presencia de Jehová Dios entre los árboles del huerto. Mas Jehová Dios llamó al hombre, y le dijo: ¿Dónde estás tú? Y él respondió: Oí tu voz en el huerto, y tuve miedo, porque estaba desnudo; y me escondí. Y Dios le dijo: ¿Quién te enseñó que estabas desnudo? ¿Has comido del árbol de que yo te mandé no comieses? Y el hombre respondió: La mujer que me diste por compañera me dio del árbol, y yo comí. Entonces Jehová Dios dijo a la mujer: ¿Qué es lo que has hecho? Y dijo la mujer: La serpiente me engañó, y comí.” (Génesis 3.8–13, RVR60)
Cuando Dios crea al hombre lo hace diferente al resto de sus criaturas, no tan sólo por colocar sus manos en la tarea (“Formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida”, Génesis 2.7), pero por transmitir con el soplo de vida su propia imagen (personalidad), es decir: emociones, intelecto y voluntad. Esta imagen de Dios en el hombre es dañada, corrompida, a causa del pecado, interrumpiendo así la relación especial por y para la que fue hecho el ser humano, quien ahora procura hacer al Creador el responsable de su conducta.
“NO ME METAS EN TENTACIÓN, YO LA PUEDO ENCONTRAR POR MÍ MISMO” (“Tentado, no cedas”; Charles Stanley)
Como podemos ver, desde la interrupción de la relación primaria del hombre con su Creador, es bastante común y sencillo buscar en otros la responsabilidad por nuestra conducta y su resultado, nuestros males, y procurar quitar la responsabilidad que nos toca no sirve para corregir el rumbo ni para crecer sobre las pruebas y consecuentes tentaciones. Charles Stanley dice acerca de esto:
Los alcohólicos son ejemplos clásicos. Algunas personas con problemas con la bebida tienen historias bien trilladas acerca del porqué tienen problemas con el alcohol. Las historias son desde problemas familiares a dificultades en el trabajo y a relaciones rotas. A pesar de la particularidad de las historias, la conclusión es que alguien más tiene la culpa por sus problemas. Si ciertas personas o circunstancias cambiaran, entonces, ellos podrían enmendarse, pero no antes. El triste resultado es que culpando a otros por sus problemas, nunca están en posición de cambiar. Hacen fracasar todo el proceso… Culpar a otro o a algo por sus debilidades particulares y tentaciones parece quitar la responsabilidad de sus hombros. Pero por eludir mentalmente una posición de responsabilidad, también elude la posición desde donde podría corregir la situación. Hasta que usted no se disponga a adoptar la responsabilidad por sus fracasos, estará maldispuesto a cooperar y, por lo tanto, será incapaz de hacer nada acerca de dichos fracasos. (“Tentado, no cedas”; Charles Stanley).
Entonces, ¿de quién es la culpa de la tentación?, ¿quién es el responsable? John MacArthur, en el sermón previamente citado, dice:
La misma palabra que significa una tentación al mal también se utiliza para hablar de una prueba. La diferencia es la forma de responder a la misma. Si usted responde a una prueba con la obediencia, entonces esto le resulta un medio de crecimiento espiritual. Si usted responde a una prueba con la desobediencia, se ha convertido en una tentación y usted ha sido víctima de ella. Cada prueba tiene el potencial de convertirse en una tentación en función de nuestra respuesta. Así, Santiago hace que este cambio de pruebas, que conducen al crecimiento y bendición, a las tentaciones, que conducen al pecado y la muerte. Cada circunstancia de la vida que enfrentamos entonces, nos provee de una decisión. De hecho, se requiere una decisión. ¿Voy a perseverar? ¿Voy a avanzar en la fe en Dios por la obediencia a su palabra o voy a escuchar la voz que sugiere el camino más fácil es la desobediencia y la caída en el pecado?
“…porque Dios no puede ser tentado por el mal…”
Simple. La tentación usualmente proviene del mal y siempre lleva al mal. La razón por la que Santiago niega tan enfáticamente la probabilidad de que alguno sea tentado de parte de Dios es porque Dios es diametralmente opuesto al pecado: Él es Santo, Santísimo, Puro, Sin Mancha, y esa Santidad Inherente que caracteriza su ser le impide planear, realizar, disfrutar el pecado y tampoco incitar a otros a hacerlo.
“Porque así dijo el Alto y Sublime, el que habita la eternidad, y cuyo nombre es el Santo: Yo habito en la altura y la santidad, y con el quebrantado y humilde de espíritu, para hacer vivir el espíritu de los humildes, y para vivificar el corazón de los quebrantados.” (Isaías 57.15, RVR60)
“Muy limpio eres de ojos para ver el mal, ni puedes ver el agravio; ¿por qué ves a los menospreciadores, y callas cuando destruye el impío al más justo que él,” (Habacuc 1.13, RVR60)
Acerca de esto, Carballosa nos dice:
Santiago, evidentemente, está haciendo una declaración tocante a la absoluta impecabilidad de Dios; o sea, el hecho de que Dios no puede ser incitado a pecar. Tal cosa militaría en contra de la misma naturaleza de Dios. La declaración «Dios no puede ser tentado con el mal» es una afirmación de Su impecabilidad.
Los paganos contemplaban a sus dioses como seres sujetos a tentación, y consecuentemente, como fuente de tentaciones. Dios, en contraste, es absolutamente santo e impecable. En virtud de su naturaleza santa, es inmune al pecado. En él no pueden albergarse ni malos pensamientos ni inclinaciones pecaminosas. ¿Cómo, entonces, podría ser él la fuente del pecado? (Evis Luis Carballosa – “Santiago, Fe en Acción”, citando en el último párrafo a Thurman Wisdom en “Perfection Through Trials”)
“…ni Él tienta a nadie”.
Ahora, si caigo en el pecado, ¿de quién es la culpa? ¿Es culpa de Dios que trae las pruebas o las permite? ¿Es culpa de mis circunstancias? ¿Es culpa de mi ser, creado por Dios como soy y no puedo evitarlo? ¿De quién es la culpa? Si Dios trae las pruebas, ¿entonces es él el responsable cuando se convierten en tentaciones? Esta cuestión de quién tiene la culpa en la tentación del pecado es el corazón de este pasaje y es una cosa esencial, ya que realmente es algo tan antiguo como el pecado mismo. (John Macarthut, sermón “Whose Fault Is Our Temptation”)
¿Cómo se originó la “tentación” en una “buena en gran manera” creación?
Como sabemos, antes que hubiera pecado en la humanidad, hubo pecado en el ámbito angelical: Satanás, preñado de orgullo y deseos de gloria y grandeza, aspiró al trono del Altísimo:
“Perfecto eras en todos tus caminos desde el día que fuiste creado, hasta que se halló en ti maldad. A causa de la multitud de tus contrataciones fuiste lleno de iniquidad, y pecaste; por lo que yo te eché del monte de Dios, y te arrojé de entre las piedras del fuego, oh querubín protector. Se enalteció tu corazón a causa de tu hermosura, corrompiste tu sabiduría a causa de tu esplendor; yo te arrojaré por tierra; delante de los reyes te pondré para que miren en ti. Con la multitud de tus maldades y con la iniquidad de tus contrataciones profanaste tu santuario; yo, pues, saqué fuego de en medio de ti, el cual te consumió, y te puse en ceniza sobre la tierra a los ojos de todos los que te miran.” (Ezequiel 28.15–18, RVR60)
“¡Cómo caíste del cielo, oh Lucero, hijo de la mañana! Cortado fuiste por tierra, tú que debilitabas a las naciones. Tú que decías en tu corazón: Subiré al cielo; en lo alto, junto a las estrellas de Dios, levantaré mi trono, y en el monte del testimonio me sentaré, a los lados del norte; sobre las alturas de las nubes subiré, y seré semejante al Altísimo. Mas tú derribado eres hasta el Seol, a los lados del abismo.” (Isaías 14.12–15, RVR60)
La tentación primera, la que experimentó Satanás en su corazón, no pudo provenir del mal, pues Dios no creó maldad, nada malo. La Escritura nos muestras dos aspectos que dieron como resultado la caída de Lucero, el querubín protector: la “multitud” de sus contrataciones que le llevaron al orgullo, y el envanecerse en su hermosura y sabiduría, probablemente por considerarlas la razón de su éxito y esto no es otra cosa sino necedad, pues el Creador debe ser y es más Poderoso, Hermoso y Sabio. Dios fue quien le dio ministerio y labores celestiales, y fue Dios quien le hizo sabio y hermoso, por lo que la bondad misma del Señor manifestada en él se convirtió en el objeto de su caída. ¿Hace esto a Dios responsable de la maldad? El debate es intenso, de manera que incluso algunos rabinos judíos desarrollaron la teoría de que el mal había sido originado por Dios mismo como una forma de mostrar su bondad; Barclay dice sobre esto:
“Algunos rabinos dieron un paso atrevido y peligroso. Arguyeron que, como Dios había creado todas las cosas, tiene que haber creado también la tendencia al mal. De ahí los dichos rabínicos «Dios dijo: «Me arrepiento de haber creado la tendencia al mal en el hombre; porque, si no lo hubiera hecho, no se habría rebelado contra Mí. Yo creé la tendencia al mal, creé la Ley como un remedio. Si te ocupas de la Ley, no caerás en su poder. Dios colocó la tendencia al bien en la mano derecha del hombre, y la tendencia al mal en su izquierda.» (William Barclay, Comentario Bíblico Santiago y Pedro)
Esto es una contradicción mayor. La respuesta al origen de las tentaciones y del mal no se encuentra y no puede ser encontrado en Dios, es lo que Santiago enseña con tanto énfasis y es lo que la Santidad del Ser Divino amerita. Los rabinos continuaron con su búsqueda de respuestas, y otros llegaron a la conclusión de que Dios siendo justo hizo a sus criaturas dueñas de total libertad incluso para rebelarse contra Él:
“No digas: «El Señor es causa de que yo peque», porque tú no debes hacer las cosas que él aborrece. No digas: «Él me engañó», porque él no tiene necesidad del hombre pecador. El Señor aborrece toda maldad y ninguna maldad será amada por los que lo temen. Él creó al hombre en el principio y lo dejó en manos de su propio pensar. Si tú quieres, cumplirás los mandamientos (y ellos te conservarán) y de buena voluntad guardarás la fe. Puso ante ti el fuego y el agua: extiende tu mano hacia lo que quieras. La vida y la muerte (lo bueno y lo malo) están delante del hombre y lo que más le agrade, le será dado. La sabiduría del Señor es grande: él es fuerte, y poderoso y ve todas las cosas (sin cesar), y sus ojos están puestos sobre los que le temen, pues él conoce todas las obras del hombre. A nadie mandó hacer el mal y a nadie dio licencia para pecar, (porque no ambiciona la multitud de los hijos infieles e inútiles). No desees tener muchos hijos inútiles, ni te alegres con los hijos impíos; si crecen en número, no te goces si no está en ellos el temor del Señor.” (Eclesiástico 15.11–16.1, BSO)
A la manera que ocurre en el Edén, así ocurre con nosotros. Warren Wiersbe nos lo describe hermosamente en su comentario del libro de Santiago “Be Mature”:
Podemos preguntar: «¿Por qué Santiago conecta las dos? ¿Cuál es la relación entre las pruebas externas y las tentaciones internas? Simplemente esto: Si no tenemos cuidado, las pruebas en el exterior pueden llegar a ser las tentaciones en el interior. Cuando nuestras circunstancias son difíciles, podemos encontrarnos quejándonos contra Dios, cuestionando su amor, y resistir Su voluntad. En este punto, Satanás nos ofrece la oportunidad de escapar de la dificultad. Esta oportunidad es una tentación. (Wiersbe, Warren W.; “Be Mature – James: Growing Up in Christ; The BE Series Commentary”, Kindle Edition.)
Egoístas como somos, cedemos a la tentación a causa del deseo de nuestro corazón de ser nuestro propio rey, de hacer nuestra voluntad incluso por encima de la del Creador; tal como ocurre a Eva en la tentación original: vemos el pecado como una atractiva opción para tomar el lugar que en nuestras vidas le corresponde sólo a Dios:
“Entonces la serpiente dijo a la mujer: No moriréis; sino que sabe Dios que el día que comáis de él, serán abiertos vuestros ojos, y seréis como Dios, sabiendo el bien y el mal. Y vio la mujer que el árbol era bueno para comer, y que era agradable a los ojos, y árbol codiciable para alcanzar la sabiduría; y tomó de su fruto, y comió; y dio también a su marido, el cual comió así como ella.” (Génesis 3.4–6, RVR60)
Posteriormente nos ocuparemos de las pruebas y su propósito en los creyentes, ampliando el concepto de cómo estas pueden convertirse en tentaciones.
Dios te bendice.