Leyes de la Vida (Introducción II)
“El corazón del sabio está a su mano derecha, mas el corazón del necio a su mano izquierda.” (Eclesiastés 10.2, RVR60)
¿Cuál es la diferencia entre adquirir conocimiento de Dios y conocer a Dios? Evidentemente se adquiere conocimiento de Dios de muchas maneras, siempre orientada a persuadir el “cerebro” al margen de la utilidad de tal conocimiento. Esta generación es magistralmente grande, eficaz, pertinentemente y casi impertinentemente dada a eso, a ir en pos de la información. Si no fuere porque respecto a Dios esto puede tornarse (como se torna) en un obstáculo al “conocimiento de su Santa y bendita persona” sería grandioso.
La verdad es que ese conocimiento, por el conocimiento mismo, no facilita antes, obstaculiza el “Conocer a Dios”. Siendo que es un asunto, sobre todas las cosas de la vida misma, de la totalidad del ser, que reclama entrega consagración, disponibilidad y puntual disposición, en todo tiempo y circunstancias, primero y sobre todas las cosas, la entrega del corazón en todo tiempo a este particular asunto: Dios como regidor, guía y gobierno de la vida.
Es imposible conocer a Dios al margen de la vida cotidiana y sus implicaciones, desde todas la expresiones de su oferta reveladora, es decir, desde la totalidad de lo que existe. Ese es el enfoque del Eclesiastés. Cuarenta y una veces el autor dispone su corazón a tal asunto, asume la persona de Dios por la fe y se entrega a la experiencia del “conocer” a Dios por lo creado, lo vivido, lo realizado, desde la condición caída del ser humano.
El asunto desde Dios es que el conocerle esta inexorablemente unido a amarle preferentemente y desde allí vivir sirviéndole a él. La esfera es el corazón y su entorno. Imposible conocer a Dios sin consagración, sin entrega incondicional en amor, imposible al margen de perseguir su voluntad cada día, cada instante en todo. En esto, Jesús es el modelo por excelencia. En verdad conoces lo que amas y amas lo que controla o de lo que llenas tu corazón. (Eclesiastés 10:2, Mateo 22:34-40, Romanos 12:1-3)
¡Qué el Señor nos ayude! Bendiciones, seguimos orando.
En Cristo:
