Leyes de la Vida (Introducción I)
“Vanidad de vanidades, dijo el Predicador; vanidad de vanidades, todo es vanidad.” (Eclesiastés 1.2, RVR60)
Esta introducción general pretende estimularnos a expandir nuestro concepto de Dios, nuestro Dios, desde la aproximación al libro de Eclesiastés: “El predicador”, “quien habla a la asamblea”. Expandirnos en tres sentidos: Personalmente abrirnos a la posibilitad de ampliar nuestro “Canon personal”. Es una lástima que la mayoría de nosotros, “nuestro canon personal” es tan fijo como pobre. Fundamento de nuestras carencias y pobre conocimiento de Dios. Tenemos una Biblia de sesenta y seis libros, pero leemos, habitual, no intencional, casi compulsivamente y sin avergonzarnos (Si es que leemos) aquello que nos es trillado, sabido, conocido, familiar; por lo demás, nos limitamos a imitar peores modelos entres los que nos presiden, quienes en su mayoría, por igual, tampoco son dados al conocimiento de Dios.
Este es el segundo propósito: Motivarnos a conocer a Dios. No es lo mismo tener conocimiento de Dios, que conocerle. Dios quiere ser conocido y para ello se asegura de instruirnos ¿Cómo? Manifestándose tal cual es, Dios Personal. El es Padre, nuestro Padre y como tal nos invita a imitarle. Dándose a conocer por la revelación natural y especial, por la palabra inspirada y la persona bendita y santa de Jesús nuestro Señor, autor y modelo consumador de la Fe. Manifestándose, instruyéndonos en la vida, mediante el control de nuestros tiempos y circunstancias, a fin de que andemos con él en novedad de vida, en el ejercicio de su voluntad.
Este último estadio es el que sirve de marco al Eclesiastés. El escenario es la tarea del hombre creado a imagen de Dios, en el ejercicio de la vida esforzándose por enseñorearse en una creación sujeta a vanidad, caída sin esperanza objetiva mas allá de la acción libre y soberana de Dios en su justicia. Esta es una exposición empírica, ampliada de la enseñanza de Jesús respecto al sin sentido de ganar para sí el mundo entero y perder la vida, el alma. (Marcos 8:34-38).
¡Qué el Señor nos ayude! Bendiciones, seguimos orando.
En Cristo:
