«Sin disciplina, nadie ha alcanzado eminencia alguna, y nadie que la haya alcanzado, la ha mantenido jamás sin disciplina»
«Nunca se ha logrado nada sin disciplina; y muchos atletas y muchos hombres se han echado a perder porque abandonaron la disciplina y se volvieron cada vez más inactivos. Coleridge [el poeta inglés Samuel Taylor Coleridge, más conocido por sus poemas «La balada del viejo marinero» y «Kubla Khan»] es la mayor tragedia de la indisciplina. Jamás una mente tan genial produjo tan poco. Dejó la Universidad de Cambridge para incorporarse al ejército; pero abandonó el ejército porque, a pesar de toda su erudición, no podía almohazar a un caballo; volvió a Oxford y se marchó sin graduarse. Inició un periódico llamado The Watchman (El Vigilante), que vivió diez ejemplares y después dejó de existir. De él se ha dicho: «Se perdía en las visiones del trabajo que tenía por hacer, que siempre quedaba por hacer. Coleridge tenía todos los dones poéticos, excepto uno: el don del esfuerzo constante y concentrado». Tenía toda clase de libros en su cabeza y en su mente, como se decía a sí mismo: «Completos, salvo por la transcripción». «Estoy en la víspera —decía—de enviar a la imprenta dos volúmenes pequeños». Pero los libros nunca se escribieron fuera de la mente de Coleridge porque él no se sometió a la disciplina de sentarse a escribirlos. Sin disciplina, nadie ha alcanzado eminencia alguna, y nadie que la haya alcanzado, la ha mantenido jamás sin disciplina.»
(William Barclay, citado por Donald S. Whitney en el libro “Disciplinas Espirituales para la Vida Cristiana”)