
«Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios.»
Mateo 5:9 RVR1960
Charles Spurgeon observa (en su introducción al sermón predicado el 8-Dic-1861) el aspecto místico del número 7 y su relación con esta Bienaventuranza, lo cual a mi modo de ver pudiera parecer exagerado. Sin embargo, su impresión sobre la ubicación de esta como siguiendo la de los «puros de corazón» vale la pena ser considerada:
«Debemos ser primero puros y luego pacíficos»
Martyn Lloyd Jones conecta las dos secciones de las Bienaventuranzas (lo que somos y lo que hacemos):
«En esta afirmación, ‘Bienaventurados los pacificadores,’ tenemos otro resultado y consecuencia del haber sido saciados por Dios…, podemos ver cómo corresponde al ‘bienaventurados los mansos.’… las Bienaventuranzas que preceden y siguen al versículo 6 corresponden entre sí — pobreza en espíritu y ser misericordioso están relacionados, llorar por el pecado y ser de corazón limpio también están en conexión, y, exactamente del mismo modo, la mansedumbre y el ser pacificador también corresponden; el vínculo que los une es siempre el esperar de Dios la plenitud que sólo Él puede dar.»
Aunque la Palabra de Dios registra la historia humana como iniciando y completándose en paz (Génesis 1-2, Apocalipsis 21-22), es evidente lo que quebranta la paz de la humanidad: el pecado (Caín, Lamec, Nimrod, etc.). El pecado quita la paz en cuanto a la relación con Dios e igualmente con el prójimo. John MacArthur lo ha dicho bien: “Cuando estamos en primer lugar, la paz está en el último [lugar]”.
Las palabras griega (eirene) y hebrea (shalom) para paz implican mucho más que la ausencia de conflicto; William Barclay ha dicho: “paz no es nunca un estado negativo; nunca quiere decir exclusivamente la ausencia de guerra, siempre quiere decir todo lo que contribuye al bienestar supremo del hombre… En la Biblia, paz quiere decir no solamente liberación de todos los problemas, sino disfrutar de todas las cosas buenas”. Este tipo de paz es buscada por todos, pero es imposible de obtener sin la asistencia de Cristo. Nuestro Dios es Dios de paz (Pablo así le llama al menos 7 veces en el Nuevo Testamento):
“Y el mismo Dios de paz os santifique por completo; y todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, sea guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo.” (1 Tesalonicenses 5.23, RVR60)
Sin embargo, el mundo no se encuentra en paz:
“¿Quién es sabio y entendido entre vosotros? Muestre por la buena conducta sus obras en sabia mansedumbre. Pero si tenéis celos amargos y contención en vuestro corazón, no os jactéis, ni mintáis contra la verdad; porque esta sabiduría no es la que desciende de lo alto, sino terrenal, animal, diabólica. Porque donde hay celos y contención, allí hay perturbación y toda obra perversa. Pero la sabiduría que es de lo alto es primeramente pura, después pacífica, amable, benigna, llena de misericordia y de buenos frutos, sin incertidumbre ni hipocresía. Y el fruto de justicia se siembra en paz para aquellos que hacen la paz. ¿De dónde vienen las guerras y los pleitos entre vosotros? ¿No es de vuestras pasiones, las cuales combaten en vuestros miembros? Codiciáis, y no tenéis; matáis y ardéis de envidia, y no podéis alcanzar; combatís y lucháis, pero no tenéis lo que deseáis, porque no pedís. Pedís, y no recibís, porque pedís mal, para gastar en vuestros deleites. ¡Oh almas adúlteras! ¿No sabéis que la amistad del mundo es enemistad contra Dios? Cualquiera, pues, que quiera ser amigo del mundo, se constituye enemigo de Dios.¿O pensáis que la Escritura dice en vano: El Espíritu que él ha hecho morar en nosotros nos anhela celosamente?” (Santiago 3.13–4.5, RVR60)
Cristo es quien restaura nuestra relación para darnos paz con Dios y oportunidad paz con el prójimo:
“Por tanto, acordaos de que en otro tiempo vosotros, los gentiles en cuanto a la carne, erais llamados incircuncisión por la llamada circuncisión hecha con mano en la carne. En aquel tiempo estabais sin Cristo, alejados de la ciudadanía de Israel y ajenos a los pactos de la promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo. Pero ahora en Cristo Jesús, vosotros que en otro tiempo estabais lejos, habéis sido hechos cercanos por la sangre de Cristo. Porque él es nuestra paz, que de ambos pueblos hizo uno, derribando la pared intermedia de separación, aboliendo en su carne las enemistades, la ley de los mandamientos expresados en ordenanzas, para crear en sí mismo de los dos un solo y nuevo hombre, haciendo la paz, y mediante la cruz reconciliar con Dios a ambos en un solo cuerpo, matando en ella las enemistades. Y vino y anunció las buenas nuevas de paz a vosotros que estabais lejos, y a los que estaban cerca; porque por medio de él los unos y los otros tenemos entrada por un mismo Espíritu al Padre. Así que ya no sois extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios, edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo, en quien todo el edificio, bien coordinado, va creciendo para ser un templo santo en el Señor; en quien vosotros también sois juntamente edificados para morada de Dios en el Espíritu.” (Efesios 2.11–22, RVR60)
Haciendo de nosotros ahora pacificadores, no simplemente negociantes de treguas:
“De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas. Y todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación; que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados, y nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación. Así que, somos embajadores en nombre de Cristo, como si Dios rogase por medio de nosotros; os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios. Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él.” (2 Corintios 5.17–21, RVR60)
Este es un ministerio que no se ocupa de una paz temporal, pero más bien eterna, por lo que no puede ser comprometida la paz de Dios en Cristo por obtener una tregua, una tranquilidad momentánea. La paz de Dios debe ser nuestra prioridad:
“No penséis que he venido para traer paz a la tierra; no he venido para traer paz, sino espada. Porque he venido para poner en disensión al hombre contra su padre, a la hija contra su madre, y a la nuera contra su suegra; y los enemigos del hombre serán los de su casa. El que ama a padre o madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a hijo o hija más que a mí, no es digno de mí; y el que no toma su cruz y sigue en pos de mí, no es digno de mí. El que halla su vida, la perderá; y el que pierde su vida por causa de mí, la hallará.” (Mateo 10.34–39, RVR60)
“Mas os ruego, hermanos, que os fijéis en los que causan divisiones y tropiezos en contra de la doctrina que vosotros habéis aprendido, y que os apartéis de ellos. Porque tales personas no sirven a nuestro Señor Jesucristo, sino a sus propios vientres, y con suaves palabras y lisonjas engañan los corazones de los ingenuos. Porque vuestra obediencia ha venido a ser notoria a todos, así que me gozo de vosotros; pero quiero que seáis sabios para el bien, e ingenuos para el mal. Y el Dios de paz aplastará en breve a Satanás bajo vuestros pies. La gracia de nuestro Señor Jesucristo sea con vosotros.” (Romanos 16.17–20, RVR60)
John MacArthur cita: «En su libro Peace Child (Glendale, Calif.: Regal, 1979), Don Richardson narra su larga lucha para llevar el evangelio a la tribu sawi de caníbales y cazadores de cabezas de Irian Jaya, Indonesia. Por mucho que trató, no pudo hallar una manera de hacer que la gente entendiera el mensaje del evangelio, especialmente el significado de la muerte expiatoria de Cristo en la cruz. Los pueblos sawi estaban constantemente peleando entre sí, y debido a que se tenía en alta estima a la traición, la venganza y el asesinato, allí parecía no haber esperanza de paz. Sin embargo, la tribu tenía una costumbre legendaria de que si un pueblo entregaba un bebé varón a otro pueblo prevalecería la paz entre los dos pueblos mientras el niño viviera. Al bebé se le llamaba un “hijo de paz”. El misionero aprovechó esa historia como una analogía de la obra reconciliadora de Cristo. Les contó que Cristo es el divino Hijo de Paz de Dios que Él ha ofrecido al hombre, y que debido a que Cristo vive eternamente, su paz nunca terminará. Esa analogía fue la clave que abrió el evangelio para los sawi. En una obra maravillosa del Espíritu Santo muchos de ellos creyeron en Cristo y pronto se desarrolló una iglesia fuerte y evangelística, y la paz llegó a los sawi.»
John MacArthur ha dicho: “A menos que una persona reconozca su enemistad con Dios, no tiene sentido ofrecerle paz con Dios”. Sólo entonces el pacificador puede poner a un lado su orgullo y egoísmo y asumir la causa de Su Soberano Señor, el Príncipe de Paz, Cristo Jesús (Isaías 9.6). En ese momento, todo afán por victorias temporales acaba, todo mal se hace pequeño en comparación con la victoria que Cristo ha conseguido para nosotros; sólo entonces logramos tener paz para con todos.
“Así, el pacificador es un ciudadano, y aunque es cristiano, recuerda que el cristianismo no requiere que renuncie a su ciudadanía, sino que la use y mejore para la gloria de Cristo. El pacificador, entonces, como ciudadano, ama la paz. Si él vive en esta tierra, sabe que vive entre un pueblo que es muy sensible a su honor y que es provocado rápida y fácilmente, un pueblo que es tan pugilista en su carácter que la sola mención de la guerra agita su sangre, y sienten como si fueran a hacerlo de inmediato con toda su fuerza… Por lo tanto, aunque él, como otros hombres, siente la sangre caliente… la reprime y se dice a sí mismo: «No debo afanarme, porque el siervo de Dios debe ser amable con todos los hombres, apto para enseñar, paciente «. Así que pone su espalda contra la corriente, y cuando escucha en todas partes el ruido de la guerra, y ve a muchos que están ansiosos por ello, hace todo lo posible para [refrescarse], y dice: «Se paciente, déjalo así, incluso si la causa es un mal, pues la guerra es peor que cualquier otro mal. Nunca hubo una mala paz todavía, y nunca una buena guerra «, dice, » y cualquier pérdida que podamos sufrir por estar demasiado quietos, sin duda perderemos cien veces más por ser demasiado feroces».” Charles Haddon Spurgeon
Dios nos bendice.
Vladimir.
PD: Breve reseña del sermón predicado el 17 de Noviembre del 2019, en la Congregación Bíblica Cristiana Las Caobas