“La revelación de Jesucristo, que Dios le dio, para manifestar a sus siervos las cosas que deben suceder pronto; y la declaró enviándola por medio de su ángel a su siervo Juan, que ha dado testimonio de la palabra de Dios, y del testimonio de Jesucristo, y de todas las cosas que ha visto. Bienaventurado el que lee, y los que oyen las palabras de esta profecía, y guardan las cosas en ella escritas; porque el tiempo está cerca.” (Apocalipsis 1.1–3, RVR60)
Cristo en Apocalipsis: El Futuro del Pueblo de Dios

Introducción
Siendo que Cristo es el Señor de la Iglesia, abordar el futuro de la misma no puede ser sin considerar a Cristo. Su Señorío debiera expresarse en la obediencia de la Iglesia, su novia. Sin embargo, parece no ser así, pues una breve evaluación de la iglesia del S. XXI no tranquiliza, más bien inquieta; algunas de estas características son:
- La búsqueda de prosperidad y el afán por establecerse (blending) caracteriza al grupo más popular de los creyentes hoy.
- La persecución y las tribulaciones afectan a quienes prefieren mantener posturas coherentes con la Palabra de Dios, oponiéndose a los actos libertinos e inmorales: drogas, hedonismo, aborto, re-definición de género y familia.
- Poco interés en hacer discípulos por lo que el compromiso con la obra del Señor es escaso. Hacer discípulos ha sido trocado por la iglesia locoal por hacer misiones caritativas que contribuyen mucho al bienestar material y emocional y poco al bienestar espiritual (eterno).
- Mayor énfasis en títulos pomposos que en ser siervos, de manera tal que los adoradores han sido sustituidos por los salmistas, y los obispos por apóstoles y patriarcas.
Estas características de la iglesia del siglo 21 han provocado un acercamiento inapropiado al Señor Jesucristo, y por ende una relación irregular con Él. En alguna manera hemos creído que Jesús debe apoyar nuestros planes: estudios, trabajo, familia, entretenimiento, todo debiera ser “bendecido y prosperado” por el Señor. Creo firmemente que es tiempo de detenernos y considerar los planes de Cristo hacia el futuro en lugar de los nuestros, pues la garantía de nuestra satisfacción real se encuentra arriba, en los cielos, “escondida con Cristo en Dios”. Cristo mismo nos dijo:
“Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo.” (Juan 16.33, RVR60)

Apocalipsis es entonces el libro que nos revela los detalles cristocéntricos del futuro del pueblo de Dios y el de la humanidad, este último como corolario, pues el axioma es Cristo Señor de la iglesia.
Apocalipsis no es un libro de historias de miedo, con un desarrollo y final inexplicable. Los símbolos, señales, números que tanto inquietan a sus lectores, críticos y comentaristas, son en su mayoría explicados en el mismo libro o en el resto de la Escritura, aplicando los principios naturales de hermenéutica y exégesis. Apocalipsis es un libro escrito por un hombre en prisión (1.9), en el tiempo donde las persecuciones hacia la iglesia se incrementaban exponencialmente (recrudecimiento y enfoque en la necesidad de que los creyentes negaran su fe), con la intención de dar consuelo y esperanza a los creyentes atribulados:
“Si alguno tiene oído, oiga. Si alguno lleva en cautividad, va en cautividad; si alguno mata a espada, a espada debe ser muerto. Aquí está la paciencia y la fe de los santos.” (Apocalipsis 13.9–10, RVR60)
“Y el tercer ángel los siguió, diciendo a gran voz: Si alguno adora a la bestia y a su imagen, y recibe la marca en su frente o en su mano, él también beberá del vino de la ira de Dios, que ha sido vaciado puro en el cáliz de su ira; y será atormentado con fuego y azufre delante de los santos ángeles y del Cordero; y el humo de su tormento sube por los siglos de los siglos. Y no tienen reposo de día ni de noche los que adoran a la bestia y a su imagen, ni nadie que reciba la marca de su nombre. Aquí está la paciencia de los santos, los que guardan los mandamientos de Dios y la fe de Jesús.” (Apocalipsis 14.9–12, RVR60)
Según la introducción de Juan (Apocalipsis 1.1-3), este libro es:
- Revelación de Jesucristo.
- Conforme con los planes del Padre.
- Dirigido a los siervos.
- Para manifestar las cosas que sucederían pronto.
- Su mensaje es compartido milagrosamente a y por medio del apóstol Juan.
- Bienaventuranza para los que prestan debida atención a su mensaje.
De acuerdo con Juan, el esquema del libro es como sigue:
“Escribe las cosas que has visto, y las que son, y las que han de ser después de estas.” (Apocalipsis 1.19, RVR60)
- Las cosas que has visto (capítulo 1)
- Las cosas que son (capítulos 2 & 3)
- Las cosas que han de ser después (capítulos 4-22)
Cristo es el protagonista de todas las secciones del libro, tal como veremos, así como lo es de toda la Escritura (Juan 5.39).
Desarrollo
A. Cristo es y será siempre el Señor de la iglesia (caps. 1 – 3)
No está más sujeto a una cruz, ha resucitado y en toda su gloria dispone de la iglesia como el pueblo que compró con su sangre: Es el Alfa y la Omega, que se pasea con toda autoridad en la iglesia (1.9-20). El texto nos muestra a Cristo y su relación con su pueblo en el presente:
a. Es el Hijo del Hombre (1.9-16)
b. Sus palabras a los suyos son «No temas» (1.17, 18)
c. Cristo rige lo pasado, presente y lo porvenir (1.19)
d. Se pasea en sus iglesias (simbolizadas por los siete candeleros), y sus líderes están en su mano (1.20)
Al dirigirse a las iglesias, sus palabras no son ruegos ni consejos: Él conoce, reprende, castiga, recompensa, promete, todo esto según sea necesario.
Jesús no es entonces el consejero o el terapeuta de la iglesia, Jesús es su Señor.
B. Cristo es el Digno y Justo Juez (caps. 4 – 18)
Ante el más excelso de los tribunales (4.2-11), sólo Cristo es Digno de tomar el libro que contiene los juicios divinos y desatar sus sellos (5.1-10). Estos juicios disponen la justicia de Dios, totalmente diferente a la humana, que castiga a quien castigo merece con el castigo que merece, quitando de nosotros el deseo de hacer justicia por nuestras manos.
El pueblo de Dios, que sufre tribulaciones y persecuciones, clama y aguarda por esta justicia:
“Cuando abrió el quinto sello, vi bajo el altar las almas de los que habían sido muertos por causa de la palabra de Dios y por el testimonio que tenían. Y clamaban a gran voz, diciendo: ¿Hasta cuándo, Señor, santo y verdadero, no juzgas y vengas nuestra sangre en los que moran en la tierra? Y se les dieron vestiduras blancas, y se les dijo que descansasen todavía un poco de tiempo, hasta que se completara el número de sus consiervos y sus hermanos, que también habían de ser muertos como ellos.” (Apocalipsis 6.9–11, RVR60)
Las promesas del Señor para con su pueblo no son de bienestar material continuo en el sistema actual de cosas; la esencia misma de la fe cristiana implica una batalla que inicia en nuestro cuerpo que quiere hacer lo malo y debe hacer lo justo y bueno (Romanos 7), pero que igualmente se refleja en el seno de nuestra familia, donde muchas veces nuestra fe contraria a muchas de las acciones propias de quien no es parte del pueblo de Dios trae consigo separación y conflictos, al grado que nuestro Señor dijo que el hijo entregaría al padre y viceversa a muerte por causa de la fe en Cristo (Mateo 10.21). El Señor dijo a sus discípulos que la hora llegaría cuando cualquiera que nos mate pensará que hace un servicio a Dios (Juan 16.2); sin embargo, todo el sufrimiento que puede acarrear el sufrir por la fe (somos llamados por Cristo como «Bienaventurados» al sufrir por su causa, Mateo 5.10-11) no se compara con la paz que Cristo nos da:
“Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo.” (Juan 16.33, RVR60)
Ningún sufrimiento por cuasa de Cristo pasará inadvertido por nuestro buen Dios, no tan sólo por nuestra recompensa, pero también por que cada acción contra nosotros recibirá su justo castigo:
“Porque es justo delante de Dios pagar con tribulación a los que os atribulan, y a vosotros que sois atribulados, daros reposo con nosotros, cuando se manifieste el Señor Jesús desde el cielo con los ángeles de su poder, en llama de fuego, para dar retribución a los que no conocieron a Dios, ni obedecen al evangelio de nuestro Señor Jesucristo; los cuales sufrirán pena de eterna perdición, excluidos de la presencia del Señor y de la gloria de su poder, cuando venga en aquel día para ser glorificado en sus santos y ser admirado en todos los que creyeron (por cuanto nuestro testimonio ha sido creído entre vosotros). Por lo cual asimismo oramos siempre por vosotros, para que nuestro Dios os tenga por dignos de su llamamiento, y cumpla todo propósito de bondad y toda obra de fe con su poder, para que el nombre de nuestro Señor Jesucristo sea glorificado en vosotros, y vosotros en él, por la gracia de nuestro Dios y del Señor Jesucristo.” (2 Tesalonicenses 1.6–12, RVR60)
Este mismo pueblo, que ha sido tan dañado y que ha sufrido tanto, recibe la maravillosa Justicia del Señor:
“Después de esto miré, y he aquí una gran multitud, la cual nadie podía contar, de todas naciones y tribus y pueblos y lenguas, que estaban delante del trono y en la presencia del Cordero, vestidos de ropas blancas, y con palmas en las manos; y clamaban a gran voz, diciendo: La salvación pertenece a nuestro Dios que está sentado en el trono, y al Cordero. Y todos los ángeles estaban en pie alrededor del trono, y de los ancianos y de los cuatro seres vivientes; y se postraron sobre sus rostros delante del trono, y adoraron a Dios, diciendo: Amén. La bendición y la gloria y la sabiduría y la acción de gracias y la honra y el poder y la fortaleza, sean a nuestro Dios por los siglos de los siglos. Amén. Entonces uno de los ancianos habló, diciéndome: Estos que están vestidos de ropas blancas, ¿quiénes son, y de dónde han venido? Yo le dije: Señor, tú lo sabes. Y él me dijo: Estos son los que han salido de la gran tribulación (véase Apocalipsis 20.4), y han lavado sus ropas, y las han emblanquecido en la sangre del Cordero. Por esto están delante del trono de Dios, y le sirven día y noche en su templo; y el que está sentado sobre el trono extenderá su tabernáculo sobre ellos. Ya no tendrán hambre ni sed, y el sol no caerá más sobre ellos, ni calor alguno; porque el Cordero que está en medio del trono los pastoreará, y los guiará a fuentes de aguas de vida; y Dios enjugará toda lágrima de los ojos de ellos.” (Apocalipsis 7.9–17, RVR60)
“Me paré sobre la arena del mar, y vi subir del mar una bestia que tenía siete cabezas y diez cuernos; y en sus cuernos diez diademas; y sobre sus cabezas, un nombre blasfemo. Y la bestia que vi era semejante a un leopardo, y sus pies como de oso, y su boca como boca de león. Y el dragón le dio su poder y su trono, y grande autoridad. Vi una de sus cabezas como herida de muerte, pero su herida mortal fue sanada; y se maravilló toda la tierra en pos de la bestia, y adoraron al dragón que había dado autoridad a la bestia, y adoraron a la bestia, diciendo: ¿Quién como la bestia, y quién podrá luchar contra ella? También se le dio boca que hablaba grandes cosas y blasfemias; y se le dio autoridad para actuar cuarenta y dos meses. Y abrió su boca en blasfemias contra Dios, para blasfemar de su nombre, de su tabernáculo, y de los que moran en el cielo. Y se le permitió hacer guerra contra los santos, y vencerlos. También se le dio autoridad sobre toda tribu, pueblo, lengua y nación. Y la adoraron todos los moradores de la tierra cuyos nombres no estaban escritos en el libro de la vida del Cordero que fue inmolado desde el principio del mundo. Si alguno tiene oído, oiga. Si alguno lleva en cautividad, va en cautividad; si alguno mata a espada, a espada debe ser muerto. Aquí está la paciencia y la fe de los santos.” (Apocalipsis 13.1–10, RVR60)
“Vi volar por en medio del cielo a otro ángel, que tenía el evangelio eterno para predicarlo a los moradores de la tierra, a toda nación, tribu, lengua y pueblo, diciendo a gran voz: Temed a Dios, y dadle gloria, porque la hora de su juicio ha llegado; y adorad a aquel que hizo el cielo y la tierra, el mar y las fuentes de las aguas. Otro ángel le siguió, diciendo: Ha caído, ha caído Babilonia, la gran ciudad, porque ha hecho beber a todas las naciones del vino del furor de su fornicación. Y el tercer ángel los siguió, diciendo a gran voz: Si alguno adora a la bestia y a su imagen, y recibe la marca en su frente o en su mano, él también beberá del vino de la ira de Dios, que ha sido vaciado puro en el cáliz de su ira; y será atormentado con fuego y azufre delante de los santos ángeles y del Cordero; y el humo de su tormento sube por los siglos de los siglos. Y no tienen reposo de día ni de noche los que adoran a la bestia y a su imagen, ni nadie que reciba la marca de su nombre. Aquí está la paciencia de los santos, los que guardan los mandamientos de Dios y la fe de Jesús. Oí una voz que desde el cielo me decía: Escribe: Bienaventurados de aquí en adelante los muertos que mueren en el Señor. Sí, dice el Espíritu, descansarán de sus trabajos, porque sus obras con ellos siguen.” (Apocalipsis 14.6–13, RVR60)
C. Cristo es el Victorioso Guerrero, que libera y salva (cap. 19)
Luego de ir derribando toda altivez del rostro de los hombres y mujeres que han preferido activamente adorar a las criaturas antes que al Creador (incluyendo entre las criaturas que el ser humano prefiere adorar a la Bestia, el Anticristo), Cristo Jesús mismo irrumpe por segunda vez en la historia, derrotando a todos sus adversarios con tan sólo las palabras que salen de su boca. Su pueblo habrá de ser redimido de manera definitiva, por lo que antes de la batalla de Armagedon, son celebradas las Bodas del Cordero: la iglesia, el pueblo de Dios, es unido final y definitivamente con su Bendito Esposo:
“Y salió del trono una voz que decía: Alabad a nuestro Dios todos sus siervos, y los que le teméis, así pequeños como grandes.Y oí como la voz de una gran multitud, como el estruendo de muchas aguas, y como la voz de grandes truenos, que decía: ¡Aleluya, porque el Señor nuestro Dios Todopoderoso reina!Gocémonos y alegrémonos y démosle gloria; porque han llegado las bodas del Cordero, y su esposa se ha preparado.Y a ella se le ha concedido que se vista de lino fino, limpio y resplandeciente; porque el lino fino es las acciones justas de los santos.” (Apocalipsis 19.5–8, RVR60)
“Entonces vi el cielo abierto; y he aquí un caballo blanco, y el que lo montaba se llamaba Fiel y Verdadero, y con justicia juzga y pelea. Sus ojos eran como llama de fuego, y había en su cabeza muchas diademas; y tenía un nombre escrito que ninguno conocía sino él mismo. Estaba vestido de una ropa teñida en sangre; y su nombre es: EL VERBO DE DIOS.Y los ejércitos celestiales, vestidos de lino finísimo, blanco y limpio, le seguían en caballos blancos. De su boca sale una espada aguda, para herir con ella a las naciones, y él las regirá con vara de hierro; y él pisa el lagar del vino del furor y de la ira del Dios Todopoderoso. Y en su vestidura y en su muslo tiene escrito este nombre: REY DE REYES Y SEÑOR DE SEÑORES. Y vi a un ángel que estaba en pie en el sol, y clamó a gran voz, diciendo a todas las aves que vuelan en medio del cielo: Venid, y congregaos a la gran cena de Dios, para que comáis carnes de reyes y de capitanes, y carnes de fuertes, carnes de caballos y de sus jinetes, y carnes de todos, libres y esclavos, pequeños y grandes. Y vi a la bestia, a los reyes de la tierra y a sus ejércitos, reunidos para guerrear contra el que montaba el caballo, y contra su ejército. Y la bestia fue apresada, y con ella el falso profeta que había hecho delante de ella las señales con las cuales había engañado a los que recibieron la marca de la bestia, y habían adorado su imagen. Estos dos fueron lanzados vivos dentro de un lago de fuego que arde con azufre. Y los demás fueron muertos con la espada que salía de la boca del que montaba el caballo, y todas las aves se saciaron de las carnes de ellos.” (Apocalipsis 19.11–21, RVR60)
D. Cristo es el Rey Eterno de nuestra patria verdadera (caps. 20 – 22)
Finalmente, Cristo toma el trono, el que su Padre le heredó desde antes de la fundación del mundo, aquel que por su herencia davídica le correspondía:
“Vi un cielo nuevo y una tierra nueva; porque el primer cielo y la primera tierra pasaron, y el mar ya no existía más. Y yo Juan vi la santa ciudad, la nueva Jerusalén, descender del cielo, de Dios, dispuesta como una esposa ataviada para su marido. Y oí una gran voz del cielo que decía: He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y él morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios. Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron. Y el que estaba sentado en el trono dijo: He aquí, yo hago nuevas todas las cosas. Y me dijo: Escribe; porque estas palabras son fieles y verdaderas. Y me dijo: Hecho está. Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin. Al que tuviere sed, yo le daré gratuitamente de la fuente del agua de la vida. El que venciere heredará todas las cosas, y yo seré su Dios, y él será mi hijo.” (Apocalipsis 21.1–7, RVR60)
“Y no vi en ella templo; porque el Señor Dios Todopoderoso es el templo de ella, y el Cordero. La ciudad no tiene necesidad de sol ni de luna que brillen en ella; porque la gloria de Dios la ilumina, y el Cordero es su lumbrera. Y las naciones que hubieren sido salvas andarán a la luz de ella; y los reyes de la tierra traerán su gloria y honor a ella. Sus puertas nunca serán cerradas de día, pues allí no habrá noche. Y llevarán la gloria y la honra de las naciones a ella. No entrará en ella ninguna cosa inmunda, o que hace abominación y mentira, sino solamente los que están inscritos en el libro de la vida del Cordero.” (Apocalipsis 21.22–27, RVR60)
“Después me mostró un río limpio de agua de vida, resplandeciente como cristal, que salía del trono de Dios y del Cordero. En medio de la calle de la ciudad, y a uno y otro lado del río, estaba el árbol de la vida, que produce doce frutos, dando cada mes su fruto; y las hojas del árbol eran para la sanidad de las naciones. Y no habrá más maldición; y el trono de Dios y del Cordero estará en ella, y sus siervos le servirán, y verán su rostro, y su nombre estará en sus frentes. No habrá allí más noche; y no tienen necesidad de luz de lámpara, ni de luz del sol, porque Dios el Señor los iluminará; y reinarán por los siglos de los siglos.” (Apocalipsis 22.1–5, RVR60)
Conclusión
Como, pues, hemos visto, ignorar a Cristo o confundirlo con alguien diferente a quien él es peligroso, definitiva y eternamente peligroso. Cristo no es un endeble ser, solitario, que reclama atención y que puede proveer sabios consejos para vivir mejor ahora: es eternamente Rey y Señor de la iglesia y de la humanidad, por lo que nuestra relación con él es la de siervos, y hacemos bien en estar atentos a esta realidad.
Gloria sea siempre a su gran nombre.
Vladimir.