INTEGRIDAD (Segunda Parte)
“La integridad de los rectos los encaminará; Pero destruirá a los pecadores la perversidad de ellos.” (Proverbios 11.3, RVR60)
Integridad y perversidad. Dos comportamientos que caracterizan por igual la vida de los rectos y de los perversos. El uno y el otro cohabitan en la vida con las mismas posibilidades de ser fieles, eficaces y útiles. Pero por igual cada uno decide cada instante, frente a cada nueva o común situación un modo de proceder.
Ahí mismo, el instante y determinación de su respuesta y procedimiento, su corazón se activa, y su actividad con relativa certidumbre será consecuente con aquello que el verdaderamente ama. En el fondo de nuestros actos, está la determinación consciente o inconsciente de agradar a aquel o aquello que verdaderamente amamos.
Es que fuimos creados para amar como respuesta al amor, a ser amado y persistir en amar. Sin amor activo en nuestras vidas es imposible vivir. La presencia del mal nos condiciona como para amar lo que no debemos amar, lo que no nos conviene amar, lo que no tenemos o necesitamos amar y consecuentemente siempre que el amor nuestro se enferme o estemos o amemos de forma enfermiza, inadecuada en codependencia, no será nuestra integridad la que nos guiará, allanando nuestro camino, sino esa forma sutil de maldad que asumamos, la que pavimentará nuestro camino hacia la destrucción. Ya lo decía el Señor: “Porque ¿qué aprovechará al hombre, si ganare para sí el mundo entero y perdiere su alma?, o ¿qué recompensa dará el hombre por su alma?”.
Andar con Dios, implica asegurarnos de nuestro amor para él, de forma que nada ni nadie cuente a la hora a vivir, nuestro vivir ha de ser la expresión de su amor como respuesta obediente a su amor. Amar al Señor es sujetarse y dejarse conducir en obediencia intencional. (Juan 14:15-31).
¡Qué el Señor nos ayude! Bendiciones, seguimos orando.
En Cristo:
