
Orar es abandonar la esperanza de ser independiente y creer que en Cristo tienes todo lo necesario para la vida y la piedad.
La oración es un acto de adoración. La oración es un acto de sumisión. La oración es un acto de obediencia. Pero la oración también es un acto de admisión. Toda fase de la oración es una confesión en donde me apropio de mi condición y abrazo mis necesidades. La oración que no hace esto se convierte en una mera recitación religiosa. En la oración confieso que nunca seré lo que se supone que debo ser y nunca haré lo que se supone que debo hacer, a no ser por la gracia perdonadora y redentora de Aquel al que le oro. La oración destruye mi autonomía; me ayuda a evaluar mi necesidad y a clamar por la ayuda que en mis fuerzas suelo negar.
Ningún pasaje habla sobre esto más claramente que la parábola de Cristo sobre el fariseo y el recaudador de impuestos en Lucas 18:9-14:
Lucas 18.9-14 RVR 1960
A algunos que, confiando en sí mismos, se creían justos y que despreciaban a los demás, Jesús les contó esta parábola: Dos hombres subieron al templo a orar; uno era fariseo, y el otro, recaudador de impuestos. El fariseo se puso a orar consigo mismo: “Oh Dios, te doy gracias porque no soy como otros hombres —ladrones, malhechores, adúlteros— ni mucho menos como ese recaudador de impuestos. Ayuno dos veces a la semana y doy la décima parte de todo lo que recibo”. En cambio, el recaudador de impuestos, que se había quedado a cierta distancia, ni siquiera se atrevía a alzar la vista al cielo, sino que se golpeaba el pecho y decía: “¡Oh Dios, ten compasión de mí, que soy pecador!” Les digo que este, y no aquel, volvió a su casa justificado ante Dios. Pues todo el que a sí mismo se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.
El recaudador de impuestos hizo la oración que debería estar en los labios de todos nosotros. La misericordia que él suplica es la misericordia que todos nosotros necesitamos constantemente. Reducir la oración a una lista de las cosas que quieres y crees necesitar no solo minimiza la oración, sino que también minimiza el sacrificio de amor que Aquel al que oras hizo para que tus oraciones fueran recibidas. El corazón de la verdadera oración es una confesión vertical, no un deseo horizontal.
La oración del fariseo ni siquiera llegaba a ser una oración. Prácticamente alzó su cabeza al cielo y dijo: “Aquí estoy, Dios. Soy tan justo como debería ser, así que realmente no necesito Tu ayuda en este momento”. La idea de llegar a ser como el recaudador de impuestos le provocaba nauseas. La justicia propia destruye la oración, reduciéndola a una recitación religiosa y vacía. Corre hacia Jesús en tu estado pobre y débil. A Él no le provocas nauseas, sino que siempre te recibe con brazos de gracia.
Excerpt From: Paul David Tripp. “Nuevas Misericordias Cada Mañana: 365 reflexiones para recordarte el evangelio todos los días (Spanish Edition).” Apple Books.