
“Y si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada. Pero pida con fe, no dudando nada; porque el que duda es semejante a la onda del mar, que es arrastrada por el viento y echada de una parte a otra. No piense, pues, quien tal haga, que recibirá cosa alguna del Señor. El hombre de doble ánimo es inconstante en todos sus caminos.” (Santiago 1.5–8, RVR60)
Aunque algunos pudieran considerar como desconectado del contexto el giro de Santiago al escribir de repente acerca de la sabiduría, me parece sin embargo algo en extremo atinado, conforme con lo que se debiera esperar de quien escribe bajo la inspiración del Espíritu Santo. Es la misma opinión que tiene el Dr. Carballosa en su comentario:
Pero lo cierto es que con frecuencia el creyente no entiende la razón ni el porqué atraviesa por pruebas difíciles. Es por ello por lo que necesita la sabiduría divina para llegar a ese entendimiento. El apóstol exhorta al creyente a pedir a Dios en oración esa sabiduría. La petición, sin embargo, debe hacerse con fe, creyendo que Dios en verdad ha de suplir la sabiduría que el creyente necesita. (“Santiago: Fe en Acción”, Evis Luis Carballosa)
La sociedad en que vivimos es una que enfatiza el conocimiento como parte vital de las estrategias de planificación y de las tareas que procuran resolver problemas. Cada adversidad es considerada como una oportunidad para aprender y decidir mejor el curso de acción una vez esta vuelva a presentarse. Es por esto que nuestras escuelas, sin distinguir el tipo de educación que ofrezcan (básica, media, superior; de grado universitario, o de post-grado, o el más alto título concedido a los profesionales: doctor) evalúan la inteligencia de los alumnos por medio de pruebas y exámenes, valorando cada respuesta y puntuando en una escala de 0 a 100; los más inteligentes son aquellos que obtienen las mejores calificaciones y son los que al graduarse reciben los premios y reconocimientos que tal inteligencia les ha merecido.
Hace un par de años fui invitado para impartir una conferencia titulada “El Joven Cristiano del Siglo XXI”, y más específicamente los retos que deben afrontar los creyentes en el presente siglo; no dudé en enfocar el conocimiento como el mayor reto. Cito parte de lo que compartí entonces:
Para conocer los retos que enfrenta la juventud de este siglo, primero debemos conocer un poco más de este siglo y sus valores, es por eso que empezamos hablando del principal valor que caracteriza la diferencia entre esta época y las anteriores: el conocimiento.
Citando a Alvin Toffler en su excelente libro “La Tercera Ola”, en la sociedad post capitalista:
“Un analfabeto será aquel que no sepa dónde ir a buscar la información que requiere en un momento dado para resolver una problemática concreta. La persona formada no lo será a base de conocimientos inamovibles que posea en su mente, sino en función de sus capacidades para conocer lo que precise en cada momento”
(Puede verse más aquí: http://kerussoluciones.com/2012/08/08/el-joven-cristiano-en-el-siglo-xxi/)
Daniel Goleman, en su libro best seller “Inteligencia Emocional”, muestra como el modelo de nuestras escuelas es impreciso al predecir quienes serán más exitosos en la vida profesional, pues con pasmosa frecuencia no son los más inteligentes, los graduados con más honores, los que descollan en el ejercicio de sus respectivas profesiones. Goleman menciona las capacidades del cerebro y su desarrollo (como buen secularista lo hace desde una perspectiva evolucionista), y distingue entre la inteligencia común y simple, la de memorizaciones y ejercicios de libros y cuadernos, y la “emocional”, la que utiliza el conocimiento teórico junto con la experiencia en acciones concretas que mejoran el rendimiento, los resultados. De esta manera, la “Inteligencia Emocional” resulta ser superior a la inteligencia de grados y calificaciones.
Por seguro que mientras más conocimiento se posee, y más y mejor uso se da a las experiencias de la vida, pues más capaz se es para afrontar las adversidades, pruebas, tribulaciones y aflicciones que depara la vida: violencia, frustraciones, injusticias, y todas las situaciones que se asemejan a esta pueden ser enfrentadas y corregidas mejor gracias a la inteligencia bien aplicada, la Inteligencia Emocional, ¿cierto?.
Sin embargo, más inteligencia y mejor aplicación de ella no resulta necesariamente en mejor calidad de vida ni para los más inteligentes, pero tampoco para las comunidades con las que estos interactúan. El conocimiento se hace simplemente una razón más para enorgullecerse y enseñorearse, separándose cada vez más del Soberano Señor y colocando su razón en el trono de su vida e incluso de todas las demás; no en vano el Señor nos dice:
“Dice, pues, el Señor: Porque este pueblo se acerca a mí con su boca, y con sus labios me honra, pero su corazón está lejos de mí, y su temor de mí no es más que un mandamiento de hombres que les ha sido enseñado; por tanto, he aquí que nuevamente excitaré yo la admiración de este pueblo con un prodigio grande y espantoso; porque perecerá la sabiduría de sus sabios, y se desvanecerá la inteligencia de sus entendidos.” (Isaías 29.13–14, RVR60)
“Porque te confiaste en tu maldad, diciendo: Nadie me ve. Tu sabiduría y tu misma ciencia te engañaron, y dijiste en tu corazón: Yo, y nadie más. Vendrá, pues, sobre ti mal, cuyo nacimiento no sabrás; caerá sobre ti quebrantamiento, el cual no podrás remediar; y destrucción que no sepas vendrá de repente sobre ti.” (Isaías 47.10–11, RVR60)
“Nadie se engañe a sí mismo; si alguno entre vosotros se cree sabio en este siglo, hágase ignorante, para que llegue a ser sabio. Porque la sabiduría de este mundo es insensatez para con Dios; pues escrito está: El prende a los sabios en la astucia de ellos.” (1 Corintios 3.18–19, RVR60)
Veamos un ejemplo en la parábola del mayordomo infiel:
“Dijo también a sus discípulos: Había un hombre rico que tenía un mayordomo, y éste fue acusado ante él como disipador de sus bienes. Entonces le llamó, y le dijo: ¿Qué es esto que oigo acerca de ti? Da cuenta de tu mayordomía, porque ya no podrás más ser mayordomo. Entonces el mayordomo dijo para sí: ¿Qué haré? Porque mi amo me quita la mayordomía. Cavar, no puedo; mendigar, me da vergüenza. Ya sé lo que haré para que cuando se me quite de la mayordomía, me reciban en sus casas. Y llamando a cada uno de los deudores de su amo, dijo al primero: ¿Cuánto debes a mi amo? Él dijo: Cien barriles de aceite. Y le dijo: Toma tu cuenta, siéntate pronto, y escribe cincuenta. Después dijo a otro: Y tú, ¿cuánto debes? Y él dijo: Cien medidas de trigo. Él le dijo: Toma tu cuenta, y escribe ochenta. Y alabó el amo al mayordomo malo por haber hecho sagazmente; porque los hijos de este siglo son más sagaces en el trato con sus semejantes que los hijos de luz. Y yo os digo: Ganad amigos por medio de las riquezas injustas, para que cuando éstas falten, os reciban en las moradas eternas.” (Lucas 16.1–9, RVR60)
Al interpretar esta parábola sería fácil espiritualizar la misma y cometer el error de considerar al hombre como el Señor, y el mayordomo infiel como uno de sus siervos los creyentes, cuando no es así. El pasaje nos hace una distinción clara entre los hijos del Señor y el protagonista de esta parábola cuando en el verso 8 compara a este con “los hijos de este siglo”. Este mayordomo, posiblemente motivado por su conocimiento de los bienes de su amo y su manejo de la contabilidad y las finanzas, encuentra medios de servirse de los recursos de su amo para beneficio personal (la palabra “disipador” es la palabra διασκορπίζω, que primariamente significa “esparcir” y que se utiliza por igual en Lucas 15.13 para describir lo que hizo el hijo pródigo con la herencia recibida de su padre, es decir, la “desperdició”). Al enterarse el amo, llama a su siervo a rendir cuentas y a disponer de su posición como administrador de los bienes de la casa; ¿cuál debía ser la reacción de este ante tal situación? Como buen administrador, y sabiendo lo difícil que le sería obtener un empleo similar, procura minimizar los daños al congraciarse con los deudores de su amo alterando las facturas de las deudas, creando así un vínculo para que cuando ya no fuese mayordomo le “recibiesen en sus casas”. Es de mi particular atención la manera en que actúa al acercarse a los deudores pues les pregunta “¿Cuánto debes?” sabiendo él cuál era la deuda (lo que se evidencia cuando le entrega las cuentas para que las alteren), es como si al hacer la pregunta les hiciera de igual forma reflexionar sobre el monto de la deuda y así el compromiso de estos con él sería mayor. Lo peor es que este movimiento es considerado como una muestra de astucia, de sabiduría humana, de sagacidad (φρόνιμος, que se traduce también como “sensato”, “prudente”, con una sensatez práctica, y en su forma adjetivada “sabiamente”), siendo incluso alabado por el amo defraudado (ἔπαινος,, “aprobado”, “recomendado”). Jesús cuenta la parábola no para motivarnos a hacer lo mismo, pero más bien para denunciar tal actitud, enfocando a sus oyentes en la necesidad de atender el compromiso que todo ser tiene de dar cuentas al Creador:
“El que es fiel en lo muy poco, también en lo más es fiel; y el que en lo muy poco es injusto, también en lo más es injusto. Pues si en las riquezas injustas no fuisteis fieles, ¿quién os confiará lo verdadero? Y si en lo ajeno no fuisteis fieles, ¿quién os dará lo que es vuestro? Ningún siervo puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas.” (Lucas 16.10–13, RVR60)
Por esto justamente es que la sabiduría que enfatiza Santiago es algo más que la oferta del mundo, que ya vimos como “Inteligencia Emocional” y que al final lleva al hombre a alejarse más del Señor, la sabiduría que Santiago propone es una que transforma el conocimiento (de la Escritura primariamente) en acciones que honran al Señor y sirven a los demás.
Salomón nos muestra que el origen de toda sabiduría inicia en Dios mismo, citando también en cierta manera las palabras que Job antes había dicho, por lo que las respuestas a todas nuestras inquietudes se encuentran en él, a quien hacemos bien en ir siempre buscando respuestas, y estas nos habrán de guiar a una mejor vida para Su gloria, nuestro bienestar, y bendición a los nuestros:
“El principio de la sabiduría es el temor de Jehová; Los insensatos desprecian la sabiduría y la enseñanza. Oye, hijo mío, la instrucción de tu padre, Y no desprecies la dirección de tu madre; Porque adorno de gracia serán a tu cabeza, Y collares a tu cuello. Hijo mío, si los pecadores te quisieren engañar, No consientas.” (Proverbios 1.7–10, RVR60)
“El temor de Jehová es el principio de la sabiduría, Y el conocimiento del Santísimo es la inteligencia.” (Proverbios 9.10, RVR60)
“Y dijo al hombre: He aquí que el temor del Señor es la sabiduría, Y el apartarse del mal, la inteligencia.” (Job 28.28, RVR60)
Y la misma idea nos presenta Santiago:
“¿Quién es sabio y entendido entre vosotros? Muestre por la buena conducta sus obras en sabia mansedumbre. Pero si tenéis celos amargos y contención en vuestro corazón, no os jactéis, ni mintáis contra la verdad; porque esta sabiduría no es la que desciende de lo alto, sino terrenal, animal, diabólica. Porque donde hay celos y contención, allí hay perturbación y toda obra perversa .Pero la sabiduría que es de lo alto es primeramente pura, después pacífica, amable, benigna, llena de misericordia y de buenos frutos, sin incertidumbre ni hipocresía. Y el fruto de justicia se siembra en paz para aquellos que hacen la paz.” (Santiago 3.13–18, RVR60)
No en vano concluye Judas su epístola reconociendo al Dios Soberano:
“Y a aquel que es poderoso para guardaros sin caída, y presentaros sin mancha delante de su gloria con gran alegría, al único y sabio Dios, nuestro Salvador, sea gloria y majestad, imperio y potencia, ahora y por todos los siglos. Amén.” (Judas 24–25, RVR60)
“Y si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios…”
Esta frase de Santiago en el idioma original no presupone que algunos no tienen falta de Sabiduría, más bien es lo opuesto:
Pero es una condicional que asume la existencia de la necesidad de sabiduría. Reconocer su falta de sabiduría es el punto de partida del creyente que desea depender de Dios. (Carballosa, Ibidem)
La frase Si a alguno de vosotros le falta sabiduría en el griego es una condición que presupone la realidad de la premisa. Santiago no está dudando que a alguien le falte sabiduría, por el contrario, con esta frase aparentemente condicional está afirmando que a todos, indudablemente, nos hace falta sabiduría. Una traducción posible sería: “Siendo que a alguno de vosotros le falta sabiduría…”, o “Ya que a alguno de vosotros le falta la sabiduría…” (Cevallos, J. C.; “Comentario Bíblico Mundo Hispano tomo 23: Hebreos, Santiago, 1 Y 2 Pedro, Judas”, p. 195)
La necesidad de sabiduría debe ser reconocida por todos los creyentes, pues es una manera de manifestar humildad y sumisión ante la sabiduría infinita del Señor. Por esto Santiago nos dice que es en Dios donde encontramos la fuente que puede proveernos de la Sabiduría que necesitamos. Job reflexionaba sobre dónde encontrar sabiduría y el valor de la misma y no puede más que concluir que en Jehová se encuentra la sabiduría:
“Mas ¿dónde se hallará la sabiduría? ¿Dónde está el lugar de la inteligencia? No conoce su valor el hombre, Ni se halla en la tierra de los vivientes. El abismo dice: No está en mí; Y el mar dijo: Ni conmigo. No se dará por oro, Ni su precio será a peso de plata. No puede ser apreciada con oro de Ofir, Ni con ónice precioso, ni con zafiro. El oro no se le igualará, ni el diamante, Ni se cambiará por alhajas de oro fino. No se hará mención de coral ni de perlas; La sabiduría es mejor que las piedras preciosas. No se igualará con ella topacio de Etiopía; No se podrá apreciar con oro fino. ¿De dónde, pues, vendrá la sabiduría? ¿Y dónde está el lugar de la inteligencia? Porque encubierta está a los ojos de todo viviente, Y a toda ave del cielo es oculta. El Abadón y la muerte dijeron: Su fama hemos oído con nuestros oídos. Dios entiende el camino de ella, Y conoce su lugar. Porque él mira hasta los fines de la tierra, Y ve cuanto hay bajo los cielos. Al dar peso al viento, Y poner las aguas por medida; Cuando él dio ley a la lluvia, Y camino al relámpago de los truenos, Entonces la veía él, y la manifestaba; La preparó y la descubrió también. Y dijo al hombre: He aquí que el temor del Señor es la sabiduría, Y el apartarse del mal, la inteligencia.” (Job 28.12–28, RVR60)
Es necesario que lo entendamos así y que no antepongamos nuestro propio consejo a las decisiones sobre nuestra vida, muy especialmente cuando atravesamos pruebas y tentaciones. ¿Habrá alguna persona que siendo diagnosticada con alguna forma de cáncer prefiera prestar atención a los remedios que le dicta su conciencia en lugar de someterse a las recomendaciones de su médico?
Mientras iniciaba su reinado, Salomón recibió consejos valiosos de su padre sobre cómo administrar un pueblo tan difícil, estando rodeado de tantos adversarios. Pero Salomón entendió que todavía estos, los consejos de un gran rey, no eran suficientes, por lo que no dudó al ser retado por Dios a pedir lo que más quisiera para sí, en rogar por sabiduría:
“Mas Salomón amó a Jehová, andando en los estatutos de su padre David; solamente sacrificaba y quemaba incienso en los lugares altos. E iba el rey a Gabaón, porque aquél era el lugar alto principal, y sacrificaba allí; mil holocaustos sacrificaba Salomón sobre aquel altar. Y se le apareció Jehová a Salomón en Gabaón una noche en sueños, y le dijo Dios: Pide lo que quieras que yo te dé. Y Salomón dijo: Tú hiciste gran misericordia a tu siervo David mi padre, porque él anduvo delante de ti en verdad, en justicia, y con rectitud de corazón para contigo; y tú le has reservado esta tu gran misericordia, en que le diste hijo que se sentase en su trono, como sucede en este día. Ahora pues, Jehová Dios mío, tú me has puesto a mí tu siervo por rey en lugar de David mi padre; y yo soy joven, y no sé cómo entrar ni salir. Y tu siervo está en medio de tu pueblo al cual tú escogiste; un pueblo grande, que no se puede contar ni numerar por su multitud. Da, pues, a tu siervo corazón entendido para juzgar a tu pueblo, y para discernir entre lo bueno y lo malo; porque ¿quién podrá gobernar este tu pueblo tan grande? Y agradó delante del Señor que Salomón pidiese esto. Y le dijo Dios: Porque has demandado esto, y no pediste para ti muchos días, ni pediste para ti riquezas, ni pediste la vida de tus enemigos, sino que demandaste para ti inteligencia para oír juicio, he aquí lo he hecho conforme a tus palabras; he aquí que te he dado corazón sabio y entendido, tanto que no ha habido antes de ti otro como tú, ni después de ti se levantará otro como tú. Y aun también te he dado las cosas que no pediste, riquezas y gloria, de tal manera que entre los reyes ninguno haya como tú en todos tus días. Y si anduvieres en mis caminos, guardando mis estatutos y mis mandamientos, como anduvo David tu padre, yo alargaré tus días.” (1º Reyes 3.3–14, RVR60)
“Y si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada”
¡Definitivamente Dios escucha una petición como esta! La bondad de Dios es manifiesta para todos (vs. Mateo 5.45), ¿cuánto más para sus hijos que piden para hacer la voluntad de Él? Santiago dice que el Señor da su sabiduría “abundantemente y sin reproche.” ¡Pide sabiduría al Señor, y Él te dará toda la que necesites y aún más! Los ejemplos son múltiples en las Sagradas Escrituras, cuando necesitamos respuesta a las dudas, dirección para continuar, el Señor tiene respuestas. Es por esto que ante las incertidumbres que planteaba el duro discurso del Señor, que motivó a muchos a dejarle, Pedro es inspirado a responder al Señor con esta gran verdad:“Desde entonces muchos de sus discípulos volvieron atrás, y ya no andaban con él. Dijo entonces Jesús a los doce: ¿Queréis acaso iros también vosotros? Le respondió Simón Pedro: Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna. Y nosotros hemos creído y conocemos que tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente.” (Juan 6.66-69; RVR1960)
Dios les bendice.