“Ahora bien, Eliseo le había dicho a la mujer a cuyo hijo él había revivido: «Anda, vete con tu familia a vivir donde puedas, porque el Señor ha ordenado que haya una gran hambre en el país, y que esta dure siete años». La mujer se dispuso a seguir las instrucciones del hombre de Dios y se fue con su familia al país de los filisteos, donde se quedó siete años. Al cabo de los siete años, cuando regresó del país de los filisteos, la mujer fue a rogarle al rey que le devolviera su casa y sus tierras. En esos momentos el rey estaba hablando con Guiezi, el criado del hombre de Dios, y le había dicho: «Cuéntame todas las maravillas que ha hecho Eliseo». Y precisamente cuando Guiezi le contaba al rey que Eliseo había revivido al niño muerto, la madre llegó para rogarle al rey que le devolviera su casa y sus tierras. Así que Guiezi dijo: —Mi señor y rey, esta es la mujer, y este es el hijo que Eliseo revivió. El rey le hizo preguntas a la mujer, y ella se lo contó todo. Entonces el rey le ordenó a un funcionario que se encargara de ella y le dijo: —Devuélvele todo lo que le pertenecía, incluso todas las ganancias que hayan producido sus tierras, desde el día en que salió del país hasta hoy.” 2 Reyes 8:1-6, NVI
1 Introducción
En el texto que recién hemos leído encontramos una historia probablemente no muy conocida o resaltada; los personajes tienen un elemento en común: el ministerio y las obras del “hombre de Dios”, el profeta Eliseo.
Si el servicio profético en el Israel del Antiguo Testamento fuese algún tipo de disciplina deportiva y necesitáramos “ranquear” a los mejores, los más importantes o influyentes, por seguro el ministerio de Eliseo se encontraría dentro del “top ten”, o quizás “top five”. Desde los tiempos de Moisés, ningún profeta realizó tantos y tan diversos milagros como Eliseo (v.g. el aceite para las necesidades de la viuda, el hacha que flotó, el sanar a los afectados por un guiso/potaje, la sanidad de Naamán o la victoria sobre los ejércitos de Siria), y su influencia política trascendió incluso la del profeta Natán en tiempos de David, siendo una figura importante (y a veces conflictiva) en las cortes de Judá, Israel y Siria. No en vano el rey se interesaba en conocer “las maravillas” hechas por Eliseo.
Sin embargo, Eliseo nunca estuvo sólo. Sí, sabemos que la presencia y el Espíritu del Señor siempre estuvo presente en su vida, pero nos referimos a la compañía que otros como él podían ofrecerle. El ministerio, para ser ministerio, requiere de compañía, de cercanía y colaboración entre los hermanos, los necesitados. Y, por lo mismo, los que sirven, sin importar que tan “maravillosos sean”, necesitan de ayuda, deben servir y ser servidos.
Es por eso que esta reflexión se encuentra centrada no en Eliseo “el maravilloso”, pero más bien en dos colaboradores suyos, y en las características del servicio de estos y sus resultados. Aprenderemos de la vida Giezi y de la mujer “sunamita” cómo podemos servir bien… y cómo no.
2 Desarrollo
2.1 Giezi: un mal siervo bueno
Cuando leemos las historias de Eliseo narradas en la Escritura nos damos cuenta de las bondades de este siervo para con su amo. Estuvo presente en la mayor parte de los sucesos acaecidos en el ministerio de Eliseo; él y la sunamita son incluidos en la misma narrativa como punto de partida del servicio de ambos (al parecer siendo ella la primera en servir al profeta), y desde entonces Giezi se distingue por ser la persona cercana y de confianza del profeta, incluso representando a Eliseo en varias encomiendas de este:
- Estuvo presente, jugando un papel protagónico, en el nacimiento del hijo de la sunamita, y también en el milagro de su resurrección (2 Reyes 4:8-37).
- Estuvo preparando el guiso que se dañó con los frutos silvestres que un profeta puso en la olla (4:.38-41).
- Estuvo luego repartiendo en el milagro de la alimentación de cien hombres con tan sólo veinte panes y espigas de trigo fresco (4:42-44).
- Fue quien recibió (con un mensaje de Eliseo) a Naamán cuando este capitán sirio visitó a Eliseo procurando ser sanado (2 Reyes 5:9), pero también fue quien quiso beneficiarse de los regalos que Naamán traía y que habían sido rechazados por Eliseo (vv. 22-27).
- Igualmente estuvo presente cuando Eliseo venció, sin derramar sangre, a todo el ejército que el rey de Siria había enviado contra él (2 Reyes 6:1-23).
- Finalmente, Giezi aparece de nuevo, esta vez ante el rey, contando las maravillosas obras de su señor Eliseo.
De todos estos relatos, podemos destacar cualidades valiosas y positivas en este siervo Giezi:
- Además de su presencia continua (porque estar siempre presente no quiere decir ser colaborador y productivo), era obediente, leal y dispuesto (2 Reyes 4:26, 31, 44, 5:10); no importaba sacrificio o esfuerzo a realizar, Giezi siempre estuvo listo para satisfacer las necesidades y requerimientos de Eliseo.
- Reconocía a Eliseo como su amo, su señor (2 Reyes 6.15) y le respetaba como tal, al punto que quería siempre impedir que su señor fuera estorbado o molestado por otros (2 Reyes 4:27).
- Admiraba a Eliseo, y por lo mismo pudiéramos especular que le amaba (2 Reyes 8:3-5)
Sin embargo, todas estas cualidades no fueron suficientes para que su servicio fuera verdaderamente efectivo y productivo siempre, por lo que los resultados de su servicio no fueron lo que debían.
La vida de Giezi estaba centrada en Eliseo, no en Dios. Esto se advierte en la devoción que tiene este para con aquel pero no para con Dios, el verdadero Señor de señores, el Señor de Eliseo. En efecto, varias cosas nos llevan a tal reflexión:
- Cuando Eliseo procura agradecer a la sunamita por el servicio de esta, ella rechaza recibir algún beneficio del profeta. Eliseo quiere de todas maneras hacer algún presente para ella, y comete el error de consultar a Giezi. ¿Por qué fu esto un error? ¿Acaso el siervo no puede proveer consejo para su señor? Sí, claro, siempre y cuando el consejo sea conforme al verdadero Señor, el Dios de Eliseo. Eliseo no consultó a Dios, sino a Giezi, y este tampoco consultó a Dios, más bien se apresuró a responder: “—Bueno… ella no tiene hijos, y su esposo ya es anciano.” (2 Reyes 4:14). Que Jehová desaprobara esto se puede ver no del hecho de que la promesa hecha por el profeta sobre el nacimiento de un hijo para la sunamita dentro de un año no se cumpliera (Dios no habría de desdecir, desautorizar, las palabras de su profeta), pero sí de la manera en que los acontecimientos se dan a partir del nacimiento del niño.
El niño muere luego de tener suficiente edad como para salir a encontrarse con su padre en el campo y al sentirse enfermo decirle “¡Ay, mi cabeza!!Me duele la cabeza!” (vv. 18-19). El profeta Eliseo no recibe de Dios una respuesta del mal que aquejaba a la madre, que había salido a buscar su ayuda ante una pérdida tan dolorosa, tan grande:
“La mujer se puso en marcha y llegó al monte Carmelo, donde estaba Eliseo, el hombre de Dios. Este la vio a lo lejos y le dijo a su criado Guiezi: —¡Mira! Ahí viene la sunamita. Corre a recibirla y pregúntale cómo está ella, y cómo están su esposo y el niño. El criado fue, y ella respondió que todos estaban bien. Pero luego fue a la montaña y se abrazó a los pies del hombre de Dios. Guiezi se acercó con el propósito de apartarla, pero el hombre de Dios intervino: —¡Déjala! Está muy angustiada, y el Señor me ha ocultado lo que pasa; no me ha dicho nada.” (2 Reyes 4:25-27).
Cuando Eliseo envía al mismo Giezi con una encomienda para sanar (resucitar) al joven muerto, este fracasa, mostrando de nuevo Dios su desaprobación en este asunto. Luego de una serie de ritos y de esfuerzos, Dios da vida al joven muerto.
Dios nunca ha negociado Su gloria, nunca la ha compartido con sus criaturas. La gloria en la vida y resurrección del niño es de Dios, no de Eliseo, y mucho menos de Giezi. Son Sus obras maravillosas, no las nuestras.
Siempre que al servirle necesitemos aconsejar a un “hombre de Dios”, hagámoslo conforme a la Palabra de Dios, pensando en lo que da más gloria a Su nombre.
- Luego, en su participación con la sanidad de Naamán, Giezi no estuvo conforme con ver el resultado de su trabajo. Cuando el texto nos dice que Eliseo envió un mensajero a encontrarse con el capitán sirio, es seguro asumir que este mensajero era Giezi. Las palabras de Giezi fueron las ordenadas por el profeta: «Ve y zambúllete siete veces en el río Jordán; así tu piel sanará, y quedarás limpio» (2 Reyes 5.9), y aunque lo hizo a regañadientes, Naamán fue sano de su lepra. ¡Las palabras repetidas por Giezi dieron resultado! ¡El hombre fue sanado! Esto debía ser suficiente para Giezi de la manera en que fue suficiente para Eliseo (vv. 15-16), pero no lo fue. Giezi consideraba demasiada bondad dejar ir a un hombre tan rico con el beneficio de lo que pedía y necesitaba, pero sin dar nada a cambio. Conocemos la historia: Giezi alcanza al tal hombre y le miente para quedarse con parte de los regalos que este traía, y al ser confrontado por el profeta, le miente igualmente. Una maldición es puesta por el profeta sobre Giezi, y la lepra que antes acompañaba a Naamán se quedaría ahora en el cuerpo de Giezi.
Nuestro mayor gozo al servir a los siervos de Dios es ver el resultado espiritual, el crecimiento del Reino de Dios a causa de la labor de ellos. Nunca debería ser nuestro interés el beneficiarnos de manera material, económica. Si hacemos de las ganancias materiales el objetivo, como Giezi mentiremos para obtenerlas, y las guardaremos para nosotros.
Debemos recordar siempre que la provisión para el ministerio viene de las manos de Dios, incluso cuando utiliza a los hombres para traerla. Confiemos en su provisión, y esforcémonos por el mejor resultado, el fruto que a “vida eterna permanece”.
- Finalmente, cuando los ejércitos del rey de Siria entraron a la región de Dotán, donde se encontraba Eliseo, Giezi mostró definitivamente la debilidad e ineficacia de su servicio. Al ver los ejércitos clamó angustiado a Eliseo: “¡Ay, mi señor! ¿Qué vamos a hacer?” (2 Reyes 6.15). Por seguro todos sentiríamos miedo ante un peligro tan real e inminente, pero siendo que por tantos años ya Giezi había servido a Eliseo, ¿no conocía al Dios de Eliseo, su maravilloso poder? Giezi actúa de manera natural, humana, no de manera espiritual, no de la manera en que un siervo de Dios, fortalecido y maduro en fe, haría (tal como hizo antes al recibir instrucción para alimentar a decenas con unos pocos panes). Giezi no clama a Dios, o invita a Eliseo a clamar a Dios por ayuda.
¡Dios es siempre fuerte! Su fortaleza no viene de nuestros clamores pero se manifiesta al preservarnos por ellos.
2.2 La Mujer de Sunem: un humilde servicio de calidad
De esta mujer desconocemos su nombre y datos personales. Incluso el apelativo “sunamita” hace referencia a la ciudad en la que residía junto a su esposo muy probablemente como única razón para que entendamos mejor la relación de esta con Eliseo: en los recorridos que hacía frecuentemente Eliseo como parte de su ministerio, y para retornar a su hogar en el Monte Carmelo, debía pasar por Sunem. Para ser buenos siervos no necesitamos ser conocidos, necesitamos servir.

Es así que esta mujer y su familia entran en contacto con el siervo, el hombre de Dios. Pueden notarle ir y venir con regularidad. Al hacerlo consideran cuáles pueden ser las necesidades más apremiantes para el profeta y se comprometen en colaborar para suplirlas. Primero le dan alimento, de manera que cada vez que pasaba por la ciudad Eliseo se detenía en casa de esta familia para descansar y comer (2 Reyes 4.8).
Luego, la sunamita considera que se necesita hacer algo más: el recorrido desde Sunem hasta el Monte Carmelo podía tomar varios días, por lo que la mujer consulta con su marido y deciden construir para el profeta una habitación con las cosas necesarias para su descanso: una habitación “con paredes” (seguridad física), una cama (para descansar), una mesa y silla (para comer), y un candelero (para iluminarse). Evidentemente la mujer había pensado en proveer alojamiento para el profeta cualquiera fuera su necesidad y a cualquier hora del día.
Como siervos que sirven a los siervos, debemos estar atentos a las necesidades de estos, las más diversas pero las más perentorias y urgentes. Nuestra intención no debería ser gestionar lujos si no nos es posible, pero sí cubrir las más básicas y urgentes necesidades del siervo, sin esperar nada a cambio.
Aún cuando Eliseo quiso agradecerle con favores ante el general o ante el rey, la mujer respondió con simpleza que era una más en el pueblo del Dios Todopoderoso. ¡Con eso era suficiente para ella! Cualquier otra cosa era una bendición extra, algo que el Señor decidiera para ella pero no algo que ella demandara. Ella servía para dar gloria al Señor, para bendecir a los siervos, no para ser reconocida ni para ser beneficiada.
Dios bendice una actitud de servicio como esta. No sólo le dio el hijo que no tenía, y se lo devolvió a la vida cuando enfermó, pero también le preservó del castigó que se imponía sobre la región que habitaba. Siete años de hambre traía Jehová sobre la tierra (2 Reyes 8.1) pero esta mujer, que nada sabía, fue guardada por Dios al precio de su fe. El profeta le dice: “Anda, vete con tu familia a vivir donde puedas”, y este mujer que era rica (4.8) deja todo porque cree en las palabras del siervo de Dios y confía en la provisión del Señor para ella y los suyos.
Pero como si esto fuera poco, al concluir los años de hambruna, esta mujer regresa a su nación, en el mismo momento en el que el otro siervo, Giezi, narra las proezas de su amo al rey, recuperando esta mujer todo lo que había abandonado siete años atrás, junto con los beneficios que su tierra pudiera haber producido en ese tiempo.
Cuando servimos puestos los ojos en el Señor, en su gloria y en su reino, tenemos todo lo que necesitamos, su gracia suple para nosotros mucho más abundantemente de lo que podemos prever.
3 Conclusión
Sirvamos a los siervos que sirven a Dios; no tenemos que estar presentes en todo pero sí atentos a todas las necesidades.
No tenemos que dar opiniones, pero sí encaminarles con la Palabra y a la Palabra.
No temamos, vivamos con los ojos abiertos para ver siempre al Invisible a nuestro lado, en nosotros, peleando y supliendo conforme a su gracia y a sus riquezas en gloria.
No esperemos reconocimiento ni recompensa aquí, si sólo conocen nuestra contribución con el reino y ni aún nuestros nombres, demos gloria a Dios porque finalmente hemos llegado a ser siervos inútiles.
Dios les bendice.