
Traducido del libro «Daily Strength»; este devocional fue escrito por Joe Thorn.
“Aunque todavía no florece la higuera, ni hay uvas en los viñedos, ni hay tampoco aceitunas en los olivos, ni los campos han rendido sus cosechas; aunque no hay ovejas en los rediles ni vacas en los corrales, yo me alegro por ti, Señor; ¡me regocijo en ti, Dios de mi salvación! Tú, Señor eres mi Dios y fortaleza. Tú, Señor, me das pies ligeros, como de cierva, y me haces andar en mis alturas.”
(Habacuc 3:17–19, RVC)
Desde la caída de la humanidad en el jardín del Edén, la vida ha estado marcada por la lucha y el sufrimiento. A veces, nuestras luchas pueden parecer tan grandes que parecen eclipsar al Dios que está por encima de todo y se puede encontrar en todo. Para muchos, nuestras dificultades se convierten en el lente a través del cual evaluamos nuestra vida. Y cuando todo lo que vemos es oscuridad, la vida se convierte rápidamente en un ejercicio de vanidad.
Pero incluso cuando nuestro mundo se está desmoronando, debemos mirar al Dios que está allí. Él está presente y activo en cada parte de nuestras vidas (Salmo 139). No podemos dar sentido a nuestras circunstancias hasta que veamos y abracemos al Señor que nos salva. Solo así encontramos propósito en el dolor, fuerza para perseverar y alegría que lleva al canto.
Esto no significa que debamos ignorar nuestra aflicción o fingir que la vida no es difícil. No hay valor en simplemente poner una cara feliz. Dios no nos llama a “sonreír y aguantar” cuando estamos asustados o heridos. Es cierto que la vida es a menudo más de lo que podemos manejar. Y esa realidad debe encontrarse con la presencia y el propósito de Dios, quien usa nuestras pruebas para fortalecer nuestra fe (Santiago 1:2-4) y hace que todas las cosas cooperen para el bien de aquellos que lo aman (Romanos 8:28).

Habacuc finalmente había llegado al lugar donde estaba en paz con sufrir pérdidas sin caer en la desesperación. Las cosechas (o nuestras empresas comerciales) pueden fracasar. La ganancia puede convertirse en pérdida. La prosperidad puede dar paso a la devastación. Pero la resolución en el corazón de Habacuc—y, por la gracia de Dios, en el nuestro también—es que él (y nosotros) “nos regocijaremos en Jehová” (Habacuc 3:18). Cuando el Dios de nuestra salvación es nuestro gozo (v. 18), en lugar de riqueza, fama y poder, podemos enfrentar las circunstancias más adversas. Cuando nuestra confianza está en la «fuerza» de Dios (v. 19) y no en la nuestra, ninguna amenaza, peligro o pérdida puede socavar nuestro compromiso con sus propósitos.
En nuestro miedo, dolor, pérdida y confusión, Dios permanece firme en sus promesas, presencia y propósito. Esta es la verdad que levanta nuestro rostro y nos lleva a proclamar sus excelencias incluso en el día de la angustia.