
“Luego dijo a Tomás: Pon aquí tu dedo, y mira mis manos; y acerca tu mano, y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente.”
Juan 20:27 RVR1960
«Tomás puede ser etiquetado injustamente como «Tomás el incrédulo». Ciertamente dudó de la resurrección de Jesús, pero es posible que su incredulidad no haya sido peor que la de cualquier otro discípulo. En Juan 20, ninguno lo de los discípulos (excepto quizás Juan; v. 8) creyó en la resurrección de Jesús hasta que Jesús se les apareció. Pero Jesús escogió a Tomás para confrontar toda nuestra incredulidad. ¿Por qué Tomás no creía en la resurrección de Jesús? Si le hubieras preguntado durante los ocho días en que fue el último incrédulo que se resistía, sin duda habría apelado a la lógica, al precedente histórico y al simple realismo del sentido común. Pero si le hubieras preguntado después de haber visto a Jesús, creo que habría admitido que debajo de sus objeciones estaba el orgullo.
La resurrección de Jesús, aunque aparentemente increíble, fue respaldada por evidencia creíble: (1) Jesús, cuyas palabras siempre habían demostrado ser ciertas para Tomás, había predicho que sucedería; (2) testigos creíbles dijeron que había sucedido, aunque se pusieron en peligro al decirlo; y (3) el cuerpo de Jesús no se encontraba por ninguna parte. La incredulidad de Tomás no estaba basada en evidencia. Sencilla y obstinadamente puso más autoridad en su propio entendimiento que en las palabras de Jesús o la evidencia.
El orgullo, no la evidencia, es siempre la raíz de la incredulidad en Dios. Examina tu propia incredulidad. ¿No es así? Los seres humanos tienen una asombrosa capacidad para la incredulidad. Incluso creerán, a pesar de las probabilidades imposibles, que el universo es el resultado de una casualidad ciega, en lugar de creer en la abrumadora evidencia de que existe un Creador. Toda nuestra incredulidad es alimentada por una confianza en nuestro propio juicio sobre el de Dios. Esta fue nuestra gran caída en el Edén. Afirmamos que nuestra propia sabiduría era superior a la sabiduría de Dios y terminamos convirtiéndonos en necios (Rom. 1:21).
La muerte y resurrección de Jesús es el gran deshacer de la catástrofe del Edén. Es el génesis de la nueva creación, donde el hombre que se arrepiente de su incredulidad orgullosa y rebelde, confiando plenamente en la palabra de Dios y no en su propio juicio, es perdonado y nacido de nuevo (Juan 3:3), restaurado para Dios y concedido el vida eterna que Dios originalmente quiso para él.
La palabra de Jesús a Tomás es una palabra para todos nosotros: “No seas incrédulo, sino creyente” (20,27). Aquí confronta nuestra orgullosa incredulidad, cualquiera que sea, y nos invita a creer en su sabiduría, no en la nuestra. Y puesto que quien cree en Jesús tiene la vida eterna (3,16), unámonos a Tomás en la respuesta a Jesús: “¡Señor mío y Dios mío!”. (20:28).»
Reflexión de Jon Bloom en “Daily Strength”, traducción no oficial.